Hace unos 10 años escuché a una de mis tías narrar una historia sobre Manuelito, mi primo menor, quien ahora ronda los 18 años. En aquel entonces, el niño se encontraba en la etapa de la curiosidad; en la cual los pequeños, todo lo preguntan. Él todo lo averiguaba. A veces era aterrador verlo acercarse con una nueva pregunta.
Sus cuestionamientos eran tan comunes y sencillos que muchas veces nadie sabía qué contestar. Pues bien, Manuelito acababa de descubrir que los pececitos tenían hijitos, ¡ah! pero también se dio cuenta de que las gallinas tenían pollitos y a su vez, entendió́ que las perritas tenían perritos.
Pasaron varias semanas en las cuales el niño preguntaba y preguntaba; con las respuestas se notaba pensativo e incluso reflexivo al respecto. De pronto llegó el gran día: dice mi tía que ya lo esperaba; fue una mañana mientras tomaban juntos el desayuno y el niño disparó la primera pregunta:
Manuelito: mmm... oye mamá, y... ¿los pececitos tienen hijitos?
Tía: sí, mi amor, los tienen las pececitas.
Manuelito: mmm... oye mamá ¿y por dónde tienen a sus hijitos?
Tía: por su colita.
Manuelito: ¡aaah! Oye y los perritos ¿también?
Tía: sí, mi amor, también ellos nacen por la colita de la mamá.
Relata mi tía, que en ese momento, el niño miró con admiración su delicioso huevo servido en el plato y dijo:
Manuelito: oye y los pollitos ¿nacen de los huevos?
Tía: sí, mi amor.
Manuelito: y el huevo ¿de dónde sale? ¿De la colita de la gallina?
En ese momento el niño comprendió́, a su manera, parte del proceso. La primera expresión que atinó a decir fue: “¡Guuuacala, yo ya no quieeero huevo!”
Inmediatamente después miró con grandes ojos a su mamá y realmente angustiado preguntó: “¡Mamá! ¿Y yo?… ¿Por dónde nací?
Tía: también por mi colita…
La respuesta recibida no era la esperada y nuevamente su expresión fue de alarma e incluso desagrado.
Manuelito: ¡noooo, no es ciertoooo…!
Esta curiosa anécdota resulta interesante, sobre todo por la forma en cómo el niño fue haciendo conjeturas. En este punto es importante señalar que para hablar de sexo con los pequeños es elemental considerar la edad y el tipo de dudas planteadas.
Los más pequeños buscan respuestas muy concretas. Por ejemplo: ¿qué es un pene? ¿Qué es la vagina? La respuesta debe ser clara y sencilla. Si el adulto se siente en apuros para responder, la sugerencia es preguntarse, por ejemplo: ¿cómo explicaría qué es una mano? O ¿qué es una nariz? Una respuesta viable es: la nariz es una parte de tu cuerpo que sirve para respirar.
No es necesario ser muy explícito ni ser el gran conocedor de las teorías de la sexualidad, ni muy profundo para dar educación sexual. En realidad, lo más importante es: entender qué necesita saber el niño; estar dispuesto a hablar con la verdad y saber que una de las labores más importantes de los padres es ayudar, poco a poco, a integrar la nueva información, que los mismos niños irán pidiendo a su debido tiempo.
Este tipo de información será mejor manejada cuando haya mucha cercanía y comunicación, debe transmitirse con los valores acordes a la ideología de los padres respecto al sexo, con esto me refiero al amor, el respeto, la confianza…
Es importante hacer todo lo posible por evitar que los hijos se enteren de estos temas por el puesto de revistas de la esquina o por el comentario burdo de los amigos, frecuentemente atiborrados de imágenes o ideas distorsionadoras del real significado de sexualidad.
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