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Ma. del Pilar Rodríguez

Depresión amorosa



El divorcio, la muerte del cónyuge y las separaciones amorosas son, quizá uno de los fenómenos más devastadores a los que se enfrenta un ser humano.

Si las pérdidas y las separaciones no son asimiladas de manera adecuada, sus efectos pueden perdurar toda la vida y provocar en los individuos una inadecuación eterna, un dolor psíquico que está disociado de la vida y de la realidad externa. Cuando hay una separación existen un conjunto de síntomas, entre ellos la depresión que son complejos y distintos en cada persona. Estos síntomas derivan de historias humanas personales que nos afectan sin darnos cuenta de su importancia o de cómo nos han cambiado.

En la psicología popular, el duelo es equiparado con la idea de superar una pérdida. Si perdemos a alguien que amamos, ya sea por muerte o separación, el duelo no es un proceso automático. El duelo involucra la larga y dolorosa labor de separarnos del ser amado que hemos perdido. Su función es separar los recuerdos y esperanzas de los sobrevivientes de la persona que se separa. Cada recuerdo y expectativa ligada a esta persona que se ha ido debe ser revivida y confrontada con el juicio de que se ha ido para siempre. Con el tiempo nuestro apego disminuirá. Aquel que hemos perdido puede aún estar ahí en la realidad, aunque la naturaleza de nuestro vínculo con esa persona haya cambiado. Tratar de representar una experiencia desde distintos ángulos es una parte esencial del trabajo de duelo.

¿Qué hay de la melancolía? ¿Cómo la distinguimos del duelo? Freud argumentaba que mientras que el que está en duelo sabe más o menos qué ha perdido, esto no siempre es evidente para el melancólico. El melancólico se muere con el objeto perdido. La naturaleza de la pérdida no necesariamente se conoce a un nivel consciente, y puede involucrar una decepción o desaire de alguien más como la pérdida ocasionada por el dolor, o incluso de un ideal político o religioso. Se puede tener la idea de a quién ha perdido, pero no sabe lo que ha perdido en ellos. El no hacer esta separación puede bloquear el proceso de duelo.

La característica clave de la melancolía, según Freud, es una disminución de la autoestima. La melancolía significa que después de una pérdida, la imagen de uno mismo es profundamente alterada. Piensa de sí mismo que no vale ni merece nada. Muchas personas deprimidas se sienten indignas. Los aurorreproches son de hecho reproches dirigidos a otra persona que ha sido internalizada. Los reclamos se convierten en boomerangs. Es decir, podemos sentir furia sin ser conscientes de ello. ¿Puede alguien tener sentimientos positivos y negativos hacia la misma persona? Casi en todos los casos donde hay un apego emocional fuerte para con una persona en particular, encontramos que detrás del amor más tierno hay una hostilidad oculta en el inconsciente. El enojo no es admitido en la consciencia y sus rasgos emergerán solo con detallada exploración analítica. El odio ya sea consciente o no puede complicar el proceso de duelo. Esta clase de conflicto inconsciente da la clave para muchas depresiones aparentemente sin razón.

Muchas personas permanecen atrapadas a lo largo de sus vidas en duelos que nunca terminan. El trabajo de duelo, observa Freud, pudiera parecer que de hecho prolonga la existencia del ser amado perdido. Esto parece implicar que habrá un momento en que todos los aspectos de nuestro apego serán revisados y confrontados con el juicio rotundo de que ya no está más. El duelo también requiere de otras personas, quienes ayuden a simbolizar e incluso a acceder a su propia respuesta a la pérdida.


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