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Ma. del Pilar Rodríguez

Dios los hace y las patologías los juntan



Todo el camino del psicoanálisis es el del descubrimiento de las primeras huellas, que retornan a lo largo de la vida, que regresan en forma disfrazada, enfermiza o perversa pero que regresan y nos generan una decepción que no se calma. Encubrimos el desconocimiento de los efectos inconscientes que los han “atraído” tan profundamente el uno hacia el otro. Freud puso el acento en que las pulsiones sexuales no se reducían a la genitalidad adulta, sino que se expresaban desde la primera infancia en formas variadas. Las huellas de esta evolución desempeñan un papel fundamental en los diferentes procesos de la vida amorosa. El esquema se remite la elección de pareja que es un sujeto sometido a sus deseos y una persona capaz de satisfacerlos. El compañero de pareja no se elige únicamente por su parecido u oposición a figuras parentales. Se elige también al estilo de la relación padre-madre que puede ser positiva, negativa o ambivalente: esto es positiva en algunos planos y negativa en otros.

En los momentos de establecer un vínculo amoroso, la idealización necesaria parece encontrar su fuente original en los primeros momentos de la vida psíquica del bebé con su madre. En el momento del flechazo se busca suprimir totalmente, mediante la negación, todas las situaciones de disgusto, así como todos los aspectos insatisfactorios del amado o amada. Frente a padres que son incomprensivos, frustrantes y prohibidores, los jóvenes reaccionan mediante la búsqueda ciega de un compañero. Esta elección se encuentra fuertemente marcada por la idealización. Los sujetos más fuertes hacen una reflexión de esa persona idealizada. No se pierde la realidad de la pareja, sino que entiende que lo que se pierde es la manera como el sujeto lo idealizaba. Aceptar el reconocimiento de la imperfección del otro, su carácter no totalmente satisfactorio, el aceptar sentimientos ambivalentes que la persona amada inspira, que se tienen pensamientos hostiles, pero a la vez con un gran apego. Se trata de hacer un verdadero duelo por el compañero, aceptando aspectos insatisfactorios y al mismo tiempo el duelo por una representación totalmente idealizada.

En el otro extremo, más próximo a la patología, se encuentran casos en los que esta negación de las dificultades se prolonga y amplía en una verdadera negación de a realidad. El compañero de pareja será juzgado a través de un lente invertido acusado de no haber correspondido a la imagen primitivamente amada que se había idealizado. Así podemos decir que las personas que se comportan así no se comprometen en una relación amorosa profunda, sino que se protegen contra los grandes riesgos depresivos que amenazan su vida misma.

El ser humano, en tanto ser social, no puede alcanzar una verdadera independencia, puesto que no podrá sobrevivir si no siente el reconocimiento de otro también valioso. Lo que orienta la elección de pareja es la esperanza inconsciente de verse aliviado de los conflictos intrapsíquicos del sujeto mediante la utilización del compañero elegido.

Es como si el inconsciente de cada individuo percibiera en el inconsciente del otro una serie de conflictos interiores. Si estos conflictos son análogos a los suyos y él siente en el otro una manera diferente de reaccionar ante ellos, el individuo se sentirá poderosamente atraído hacia ese otro, con una fuerte posibilidad de que la atracción sea recíproca. El flechazo a veces es breve, otras más lento, pero a partir de aquí puede considerarse que se ha constituído un grupo muy particular, con sus ataduras inconscientes. Se le puede llamar pareja.

Lo que los individuos buscan en una pareja no es una estructura igual a la de otras estructuras sociales, sino al revés: de alguna manera una esturctura-refugio; el lugar donde podrán vivirse los deseos, las necesidades y las diferentes situaciones que justamente no encuentran satisfacción en el marco de otros grupos sociales o de otras instituciones.

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