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Ruth Axelrod

El matrimonio y sus torpezas. Competencias sanas y patológicas.


El matrimonio es una experiencia compleja que está llena de sorpresas, de promesas, de expectativas y de frustraciones.

Una aventura compartida donde dos personas y sus distintas personalidades, se comprometen a un proyecto común.

La relación amorosa se establece con una persona concreta. Una mente, un cuerpo, una historia, que genera una tensión entre lo abstracto y lo concreto, entre lo que alguien es y lo que no es. Entre lo que me gusta y lo que me disgusta y entre lo que envidio y no tolero.

Todo esto hará que cada integrante disfrute ciertas partes de su compañero pero que envidie algunas otras.

La envidia y la competencia son afectos naturales de las personas, son de esas cosas que no se pueden evitar en la vida, que se sienten desde la infancia y que van siendo herramientas afectivas para el desarrollo normal.

Quisiera hablar de la competencia como parte de los conflictos internos de cada quién. Y recordar que hay competencia de la buena que nos ayuda a crecer y ser mejores y hay competencia de la mala, que es destructiva y está cargada de envidia y celos que duelen. ¿Qué es competir? Es estar haciendo e imaginando cosas para estar a la altura del otro, creyendo que uno no tiene lo que él otra si tiene. Además de que hay mucho de imaginación en creer que el otro tiene más o mejores cosas que uno.

Lo que quiero decir es que muchas veces es solo una creencia pues imaginamos que el pasto del vecino es más verde. así se dice cuando creemos que lo que uno tiene es menos valioso que lo que tiene el otro. Es creer que la pareja es más completa y feliz que uno, cuando los dos son valiosos pero todo somos carentes. La competencia maligna es la que nos lleva a los celos, la envidia y la rabia para destruir lo que tiene el otro ya que no lo toleramos.

Competir sanamente nos sirve para mejorar, sin embargo, en la competencia alguien gana y el otro pierde.

Es un estilo de relación que genera desventajas. Porque el que gana cree que es mejor que el que pierde, pero la veradas es que no es así. Tener la razón no hace a nadie mejor. Es un asunto de sumisión y baja autoestima. Competir sanamente sirve para correr igual o más que el contrincante, brincar más alto o ganar más dinero. Esto requiere trabajo continuo, entrenamiento y conocimiento, y si se logra ser mejor es para brindárselo a la pareja también.

Es muy común que la competencia se vuelva terrible entre quien es mejor o más valioso, que puede llevar a destruir a la pareja. Siempre la pregunta: si las mujeres o los hombres son mejores.

Si ellos ganan más dinero, si ellos hacen más ejercicio, si ellos salen más, o si ellas pueden controlarlo todo.

Hoy en día las mujeres tienen los mismo derechos y obligaciones , y aun tanto hombres como mujeres, no hemos aprendido a integrar esta oportunidad histórica como un herramienta para compartir en el matrimonio sino para seguir en la eterna situación de celos y envidia por no ser como la otra persona que duerme junto a mí de la que cada quién se enamoró por ser “perfecta”. Acuérdate, nadie es perfecto aunque haya sido tu gran amor. Por tanto, recuerda competir para crecer, desarrollarte y compartir.

Cooperar puede ser mejor que competir, llegar a un acuerdo que estar en pareja puede llevarnos a sentirnos parejos y no disparejos, a no entrar en rollos de quién es mejor o peor. El acuerdo está en ofrecer lo mejor de cada uno, para que el futuro será mejor.


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