Indudablemente hoy día vivimos una época de violencia; diariamente las noticias nos llenan de notas acerca de violencia extrema en forma de asesinatos, mutilaciones, y toda clase de acciones destructivas entre semejantes.
Tratamos de explicarnos porque alguien toma un arma y la descarga contra sus propios compañeros, como alguien logra convencerse para hacerse estallar con el propósito de aniquilar a personas que ni siquiera conoce, cuando a estas personas les colocamos la etiqueta de enemigo, hay una licencia para llevarlo a cabo, el asesinato se convierte en acto de heroísmo. Somos testigos de cómo se aniquila a grupos de personas en aras de beneficios económicos.
En esta era de violencia preguntarse qué significa ser hombre cobra relevancia indudable. Ser hombre en México ha estado ligado a ser “macho” como sinónimo de ser muy hombre, vocablo que sintetiza un conjunto de conductas y actitudes estereotipadas; en donde el varón debía mostrarse con una exagerada agresividad e intransigencia en las interrelaciones con otros hombres, manifiesta en un gusto por involucrarse en golpizas, sin reparo del riesgo de la integridad física hasta el punto de arriesgar la vida. Así como arrogancia y agresión sexual en las relaciones con las mujeres, mostrando disponibilidad inmediata para episodios sexuales con múltiples parejas, también se caracterizaba por el consumo de alcohol de manera desmedida. Todo ello como un despliegue de virilidad ligado a valores auténticos, como son el valor, la generosidad y el estoicismo, que de esta forma terminan en una caricatura de los mismos. Podríamos concluir; dime que presumes y te diré de qué careces.
El contexto sociocultural ha evolucionado, especialmente en el entorno citadino de nuestro país, hacia una imagen del hombre más acorde con las expectativas femeninas, incluyendo en el rol masculino, características como: sensibilidad, capacidad de expresión afectiva, delicadeza, el adoptar roles de apoyo en labores anteriormente consideradas típica y exclusivamente femeninas, como el cuidado de los niños, hoy en día encontramos cambiadores de pañales tanto en los baños de mujeres como de hombres, en la preparación de alimentos y algunas labores del hogar, en la vestimenta en incluso en el cuidado personal dando un auge a la cosmética para hombres.
En las relaciones interpersonales se ha desarrollado una desaprobación para conductas retadoras y agresivas entre hombres, así como violentas y poco consideradas con la mujer. Todo ello paralelamente con cambios correspondientes en la mujer especialmente en el ámbito laboral en donde se ha trasformado radicalmente el lugar social de la misma, accediendo gradualmente a actividades ligadas a la economía, antaño casi exclusivamente para hombres permitiendo a las mujeres una posición totalmente distinta en el ejercicio del poder tanto en el ámbito social como en el ámbito de la pareja, al grado incluso de una completa inversión de roles.
Una de las manifestaciones sociales indeseables del estereotipo del machismo, es la violencia contra la mujer, en diferentes modalidades, desde la agresión física, pasando por agresión en forma: sexual, verbal, económica, psicológica. Cuando existe una inversión de roles completa ahora somos testigos de la misma violencia, pero ahora de la mujer hacia el hombre, y así tenemos ahora mayor incidencia de hombres violentados por la mujer con las mismas manifestaciones indeseables.
La experiencia con el modelo de masculinidad derivado del machismo ha sido completamente insatisfactorio, modelo que a pesar de todo aún prevalece y se resiste a desaparecer, aún lo vemos en expresiones culturales muy populares, encarnadas en personajes cinematográficos o televisivos que encarnan a líderes de los carteles del narcotráfico, vistos como referentes de una población económicamente en condiciones de precariedad así como los súper policías que los enfrentan, al modo de los viejos duelos con armas blancas y de todo tipo o a puñetazos en nuestro ámbito latinoamericano. Ahora, los guionistas han dado vida a mujeres líderes “narcas” con las mismas actitudes de los hombres.
La violencia sea contra hombres como contra mujeres es igualmente patológica. Es una manifestación de una biografía, de una historia personal plagada de agravios, convertida en una sed de venganza y retaliación como un intento fallido de restauración de sí mismo, en una persona que fue lastimada por humillaciones y por un ejercicio de poder ofensivo y autoritario tanto en el entorno social como en el entorno de la familia. La violencia es completamente opuesta a la capacidad para establecer un vínculo de intimidad indispensable para la expresión amorosa que es la única fuente de bienestar. La violencia, el rencor, la sed de venganza o la simple autoprotección defensiva, nos aísla y asegura una sensación de vacío y soledad, aun cuando se ejerza una sexualidad intensa y frecuente, nunca podrá modificar la sensación de vacuidad. Que a su vez será fuente de violencia contra quienes les rodean.
El hecho que persista el modelo del machismo en muchos entornos de nuestro mosaico sociocultural, el hecho de que en algunos casos se haya dado un fenómeno de inversión de roles cambiando solo de lugar la víctima y el victimarlo nos dejan con la tarea pendiente, de que tenemos mucho para comprender y así mejorar las relaciones interpersonales, entre géneros, entre iguales y especialmente en la pareja. Las graves diferencias socioeconómicas son formas sociales de agresión y si no detenemos este círculo nocivo sustituiremos formas de agresión por modalidades más sofisticadas de la misma, pero con semejantes resultados o incluso formas más bestiales de violencia. Para concluir: Toda forma de violencia nunca será justificable, aunque en ocasiones ante graves agravios la emoción nos aconseje lo contrario.
Comments