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Elementos para una buena relación de pareja.


1. INTIMIDAD: una conexión entre la Teoría del Apego y la Teoría Psicoanalítica, sobre las relaciones de objeto específicamente entre los procesos psicológicos intersubjetivos, los cuales nos conducen directamente al tema de la intimidad.

Erik Erikson, elaboró una Teoría del Desarrollo de la Personalidad, a la cual denominó "Teoría psicosocial". En ella describe ocho etapas del Ciclo Vital o Estadios Psicosociales (crisis o conflictos en el desarrollo de la vida) a las cuales han de enfrentarse las personas, una de estas etapas incluye la intimidad (Erikson, 2000).

a) Confianza Básica vs. Desconfianza (Esperanza): desde el nacimiento hasta aproximadamente los 18 meses.

b) Autonomía vs. Vergüenza y Duda (Voluntad): desde los 18 meses hasta los 3 años aproximadamente.

c) Iniciativa vs. Culpa (Propósito): desde los 3 hasta los 5 años aproximadamente.

d) Laboriosidad vs. Inferioridad (Competencia): desde los 5 hasta los 13 años aproximadamente.

e) Búsqueda de Identidad vs. Difusión de Identidad (Fidelidad): desde los 13 hasta los 21 años aproximadamente.

f) Intimidad frente a aislamiento (Amor): desde los 21 hasta los 40 años aproximadamente.

La intimidad supone la posibilidad de estar cerca de otros, pues se posee un sentimiento de saber quién es, no tener miedo a “perderse” a uno mismo, como presentan muchos adolescentes. El joven adulto ya no tiene que probarse a sí mismo. A esta dificultad se añade que nuestra sociedad tampoco ha hecho mucho por los adultos jóvenes. La tendencia mal-adaptativa llamada promiscuidad por Erikson se refiere particularmente a volverse demasiado abierto, muy fácilmente, sin apenas esfuerzo y sin ninguna profundidad o respeto por tu intimidad. Esta tendencia se puede dar tanto con tu amante, como con sus amigos, compañeros y vecinos.

g) Generatividad frente a estancamiento (Cuidado): desde los 40 hasta los 60 años aproximadamente.

h) Integridad frente a desesperación (Sabiduría): desde aproximadamente los 60 años hasta la muerte.

Bleichmar, define la soledad en presencia del otro, como un área de intersubjetividad que desencadena intensos deseos y tensiones. La visualiza como la vivencia, a nivel consciente e inconsciente, donde el sujeto y el otro no se hallan en un mismo espacio emocional y experimenta una sensación de “lacerante soledad” en presencia del otro, de vacío y desde el contacto físico el otro es inalcanzable. Bleichmar, lo define como una tensión dolorosa asumiendo la “añoranza de deseo de intimidad”, como una forma específica de tensión psíquica (Bleichmar, 1999).

Este autor, diferencia la soledad en presencia del otro de la soledad producida por la ausencia del otro. En el primer caso, se trata de un “sufrimiento tantálico” en donde se está físicamente presente, pero en otro lugar psicológico; cuando no existe la posibilidad de acercamiento con sus sentimientos y con sus pensamientos, para provocar en el otro la resonancia que posibilite la vivencia de estar juntos, de intimidad. “En estas condiciones”, el odio es reforzado al servicio de tratar de destruir dentro del sujeto el anhelo de intimidad, base del sufrimiento”.

El placer en el sentimiento de intimidad que produce el encuentro con el otro, es una motivación adicional para el apego. Existen personas cuya necesidad es primordialmente la de sentirse en el mismo espacio emocional que el otro y en un encuentro de mentes. Por lo tanto, enuncia la necesidad de reconocer la existencia de un objeto de la intimidad (Bleichmar, 1999 p.1).

Hay dos maneras de tener intimidad según Bleichmar:

La primera es con Objeto de la intimidad corporal: Se trata de “… un encuentro entre dos mentes en las que el cuerpo del otro es vivido como deseante y no como objeto de un deseo que existe sólo en el sujeto”.

La segunda es la Vivencia de intimidad a partir de compartir un mismo estado afectivo: donde la afectividad adquiere su valor no como cualidad expresiva de estados interiores, sino como el medio para alcanzar el encuentro con el otro (Bleichmar, 1999 p.3).

Bleichmar, habla sobre la adicción al sufrimiento compartido, forma de carácter que apunta a la intersubjetividad en la génesis de la psicopatología del masoquismo. De la misma forma sucede con las motivaciones intersubjetivas que generan y mantienen a una personalidad narcisista (Bleichmar, 1999).

Existen tres dimensiones que se comparten cuando los dos tienen el mismo estado afectivo:

I. Dimensión intrapsíquica: gran parte del desarrollo emocional se produce para sentir que se está con el otro, para unirse a ese otro. Los afectos se pueden experimentar en la más estricta soledad. No requiere la presencia del otro y no está dirigida al otro.

II. Dimensión de comunicación-inducción: el estado afectivo es un instrumento en los intercambios con el otro para que éste sienta y se comporte de la manera deseada. Se trata de una “histerización” de lo existente para buscar la respuesta del otro.

III. Dimensión de acomodación: función fusional como medio para producir el encuentro. La emoción pierde su cualidad de estado interior cognitivo-afectivo. Se trata de una defensa de requerimiento del otro, real o imaginario, en la cual el sujeto cree que ese otro así se lo demanda (Bleichmar, 1999).

Puede ser a través del cuerpo, de la emoción o de la actividad instrumental. Lo anterior depende de las experiencias bajo las cuales su psiquismo haya sido estructurado; de lo que hayan buscado sus padres en el contacto con el sujeto (el estilo de apego); de las transformaciones que la fantasía inconsciente imprima a las experiencias en la interacción entre lo interno y lo externo (Bleichmar, 1999).

Bleichmar define el “espacio transicional” como un espacio de creatividad: en el cual, la actitud del otro es lo que permite mantener la ilusión en cuanto a la indeterminación de la diferencia entre lo interno, su fantasía, y la realidad. Por otro lado, el “sentimiento de intimidad” surge con relación a otro, reconocido como separado del sujeto: somos diferentes, pero pensamos y sentimos igual. Ambas mentes tienen algo importante en común. El sentimiento de intimidad es entonces una construcción subjetiva para cada uno de los participantes, regulada por sus deseos, por sus angustias, por las defensas, pero, al mismo tiempo, creada entre los dos participantes (Bleichmar, 1999).

Así como existe un deseo de intimidad, también existe la angustia ante la intimidad. Existen personas para quienes la representación interna del encuentro con el otro se encuentra cargada de temor a ser violentados corporal, afectiva, instrumental o cognitivamente.

Pueden generar más rechazo, movilizando defensas, es el impacto traumatizante que es capaz de producir la afectividad del otro. Ante esto, el sujeto puede inclusive llegar a eliminar todo deseo de contacto o a vivir las expectativas de realizar un encuentro íntimo con desesperanza.

El alejamiento físico, los estados disociados en los cuales se preserva una parte de sí por fuera de la organización de la personalidad que participa en los intercambios con el otro y la agresividad. También se puede buscar la intimidad en una de sus dimensiones, pero rechazar las otras, si afectan el sentimiento de seguridad en alguno de los sistemas motivacionales. A esto el autor lo llama “polivalencia” o valencias de signos opuestos entre los sistemas motivacionales. Entonces, “los desencuentros son el resultado de múltiples combinaciones generadas entre el deseo de intimidad, las formas de lograrlo y las necesidades manifestadas en un sujeto desde sus sistemas motivacionales” (Bleichmar, 1999 p. 10).

El placer encontrado en la intimidad es justamente la revalidación, momento en que la libido del otro, el placer del otro, entra como fundante del placer del sujeto en ser, en pensar, sentir y actuar. Por ello, cuando se descubre que el estado emocional del otro, sus intereses y deseos, pueden ser muy diferentes a los del sujeto, el deseo de reencuentro mental se convertirá en motor del psiquismo (Bleichmar, 1999).

2. DESEO ERÓTICO: Kernberg (1995) Menciona que el anhelo de toda la vida es el de intimidad y estimulación física, vinculado con el deseo de fusión simbólica con el objeto parental y por lo mismo, a las formas más tempranas de identificación.

Freud (1905) comenta que el amor del infante por la madre, acompaña al desarrollo de una fantasía primitiva de satisfacción de anhelos sexuales polimorfos. El bebé construye un mundo internalizado de fantasías, de experiencias simbióticas excitantes y gratificantes, que finalmente constituirán el núcleo de los impulsos libidinales del inconsciente dinámico.

La idealización primitiva de la superficie del cuerpo de la madre, a través de la introyección temprana y la identificación primitiva con ella, conduce a la idealización del cuerpo del propio infante. Las vicisitudes de la excitación sexual en el contexto de la relación predípica entre madre e infante representan el origen del deseo erótico; este deseo culmina en la etapa edípica del desarrollo.

Balint (1948) pensaba también que la satisfacción genital incluye idealización, ternura y una forma especial de identificación, “identificación genital”: intereses, deseos y sentimientos; la sensibilidad, las carencias del partenaire llegan a tener la misma importancia que los propios (Kernberg 1995 p.115).

Lichtenstein (1970) por su parte, menciona que la sexualidad es el modo más temprano y básico como la personalidad humana, en crecimiento, experimente una afirmación de la realidad de su existencia”. La identificación genital implica conciliarse con las identificaciones heterosexuales y homosexuales derivadas de los conflictos preedípicos y edípicos. Estas reacciones emocionales son la excitación y la gratificación derivadas del orgasmo del partenaire sexual. El juego sexual preliminar puede incluir la identificación con los deseos fantaseados o real del objeto del otro género, de modo que las necesidades pasivas y activas, masoquistas y sádicas, voyeristas y exhibicionistas, se expresan en la confirmación simultánea de la identidad sexual y la identificación con la identidad complementaria del partenaire sexual. Mahler (1968) a su vez menciona que la fusión del orgasmo confirma y se basa en la propia individualidad y particularmente en una identificación sexual madura.

3. COMPROMISO Y PASIÓN: Kernberg (1995) propone que el reino del amor sexual es la pasión. Es un estado emocional, expresión del cruce de límites, pues tiende puentes entre estructuras intrapsíquicas, separadas por fronteras determinadas dinámicamente o conflictual mente.

En una relación sexual satisfactoria, la pasión sexual es una estructura accesible que caracteriza al mismo tiempo el vínculo en los reinos del sexo, las relaciones objétales, la ética y la cultural. El establecimiento de relaciones objétales profundas también libera la agresión primitiva existente en la relación. Cuando más patológicas y determinadas por la agresión son las relaciones objétales internalizadas reprimidas, más primitivos serán los correspondientes mecanismos de defensa (identificación proyectiva) y esto pueden inducir experiencias reproductoras de las representaciones objétales amenazantes; desvalorizadas e idealizadas, las representaciones objétales persecutorias se superponen a la percepción del objeto amado y a las interacciones con él y pueden amenazar la relación, así como fortalecerla. La maduración del superyó protege la relación objetual. El superyó maduro promueve el amor y el compromiso con ese objeto (Kernberg 1995).

La pasión sexual constituye un rasgo permanente de las relaciones amorosas y no una expresión inicial o temporaria; tiene la función de proporcionar intensidad, consolidación y renovación a las relaciones amorosas a lo largo de toda la vida. Esto nos lleva a los aspectos eróticos de las relaciones sexuales estables: La excitación y el goce sexuales están vinculados a la calidad de la relación total de pareja; la experiencia sexual sigue siendo un aspecto constante de las relaciones amorosas y la vida marital; la intensidad del goce sexual no depende de la gimnasia sexual sino de la capacidad intuitiva de la pareja para entretejer las necesidades y experiencias personales de la relación total, expresadas en fantasías inconscientes y conscientes y en su escenificación en las relaciones sexuales de pareja (Kernberg 1995).

4. TERNURA Y PREOCUPACIÓN POR EL OTRO: La ternura refleja la integración de las representaciones libidinales y agresivas del self, del objeto y lograr la tolerancia a la ambivalencia. Balint (1948) es el primero en hablar sobre la importancia de la ternura, que deriva de la fase pregenital. El sentimiento de ternura es una expresión de la capacidad para la preocupación por el objeto del amor. La ternura expresa amor al otro y es un resultado sublimatorio de las formaciones reactivas contra la agresión. Este autor hace notar que Bergmann (1971) siguiendo a Mahler (1968) propuso que la capacidad para amar presupone una experiencia simbiótica y una fase de separación-individuación normales.

Subrayando la importancia del “cuidado” como un requisito para amar de un modo maduro: “Preocupación por el otro” y “compasión”; su descripción está relacionada a la de Winnicott (1963) de la “preocupación por el otro”. La capacidad para experimentar plenamente la preocupación por la persona amada presupone la integración del amor y el odio, es decir, de la tolerancia a la ambivalencia. David (1971) y Chaseeguet-Smirgel (1973) mencionan la importancia de la idealización en la relación amorosa. El estado de enamoramiento enriquece el self y acrecienta su investidura libidinal, porque realiza un estado ideal del self y porque la relación del self exaltado con el objeto reproduce en ese punto la relación óptima entre el self y el ideal del yo.

Chasseguet-Smirgel (1973) menciona que, en el amor maduro, en contraste con los enamoramientos transitorios del adolescente hay una proyección limitada de un ideal del yo moderado sobre el objeto idealizado del amor y un realce simultáneo de la investidura narcisista como resultado de la gratificación sexual que procura el objeto amado (en Kernberg, 1995).


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