Como mujeres, la mayoría reconocemos la enorme responsabilidad que sentimos cuando estamos embarazadas o nos preparamos para tener una criatura.
Referirse a la interrupción del embarazo o aborto puede llegar a ser un atrevimiento, pues aunque es un hecho social que, guste o no, sucede y está ahí, en ocasiones la sociedad hace como que no existe; pero su discusión se ha tornado cíclica y su aparición funciona como cortina de humo para desviar la atención de temas políticos que causan malestar social.
El aborto inducido, desde que existe el sistema patriarcal, ha estado y está controlado por los varones (médicos, psicólogos, sacerdotes, legisladores) y mediado por la ciencia, las religiones y la política. A veces su debate se reduce al simplismo de si esta práctica es buena o mala; estar a favor o en contra como si se tratara de un tema deportivo, artístico u otro sin trascendencia.
El concepto aborto significa privar de nacer, e implica “una agresión al cuerpo y la psique de la mujer que hay que evitar por todos los medios, pero que, en última instancia, la agrede menos de lo que lo haría la continuación del embarazo cuando ella decide interrumpir.” (Victoria Sau) El término aborto es socialmente condenatorio y cargado de connotaciones morales que van orientadas a estigmatizar a la mujer que lo lleva a cabo, sin preguntarse ¿cuáles son las circunstancias que llevan a la interrupción? ¿Se embarazó por consentimiento o con violencia? ¿Qué pasará con su vida si continúa el embarazo? No se toman en cuenta las condiciones que prácticamente obligan a las mujeres a tomar una de las decisiones más difíciles y comprometidas de su vida.
Nadie puede estar a favor de la interrupción de un embarazo, menos las mujeres. Por ello la necesidad de una educación sexual desde la formación básica, para su prevención. Si hacemos una encuesta rápida en cualquier momento, ellas no tienen entre sus proyectos, sueños e ilusiones, un aborto. De seguro ninguna lo hace con felicidad y alegría en su corazón; no disfruta ni encuentra gozo en esta dolorosa decisión a la que se ve orillada por múltiples razones. Por el contrario, desesperación, soledad, culpa… la atraviesan para llegar a esta compleja determinación.
Sobre estos sentimientos recordemos que históricamente existe una expropiación social del cuerpo de las mujeres. A través del juego infantil de las niñas se les entrena de forma permanente para ciertos decretos, entre ellos la maternidad como un mandato de vida. Es común que se le diga a una niña “cuando seas madre harás, irás…” ¿Cómo imaginar que una mujer va a interrumpir un embarazo por puro gusto? Esta decisión transgrede su socialización, su educación, entonces ¿para qué culpabilizarla todavía más?
Entre las múltiples declaraciones que se han hecho, alguien sugirió que una mujer que interrumpe un embarazo “se volverá mañosa, se acostumbrará a abortar y lo usará como método anticonceptivo”. Tales afirmaciones hacen preguntar ¿a alguien le gusta que le inyecten o le extraigan sangre? Siendo procedimientos tan sencillos, lo común es que causen nerviosismo y rechazo, entonces ¿por qué habría de ser grato un aborto? Son preocupantes este tipo de comentarios, hacen ver que no entienden que se acude a él cuando no hay más opciones.
De las convenientes vaguedades que plagan los debates sobre el tema… otro punto de interés lo encontramos en todo lo relativo a cómo se nombra al ser en gestación. Este pasa por diferentes etapas que van desde CIGOTO, BLASTOCITO, EMBRIÓN Y FETO y cuando está afuera del cuerpo de la madre entonces sí, y hasta ese preciso momento, se puede hablar de BEBÉ, no antes; pues al hacerlo, la finalidad es generarle culpa a las mujeres que han decidido interrumpir el proceso.
Las mujeres que interrumpen su embarazo, son en su mayoría: casadas, católicas, pobres y con varios hijos. Donde hacerlo es un delito, de todos modos miles de mujeres arriesgan su vida en la clandestinidad, con personas que no están preparadas para practicarlos; no es lo mismo tener recursos para acudir a un hospital donde las condiciones de asepsia son las adecuadas para llevar a cabo este procedimiento y los resultados no son un “cara o cruz” en la vida de una mujer.
Una investigación sobre el aborto, realizada en una colonia del todavía “Distrito Federal” en el año 2006 (antes de su despenalización en abril de 2007), reportó que en su desesperación las mujeres eran capaces de introducir objetos en la vagina para generar efecto de cuerpo extraño (sondas, frijoles crudos, ganchos de ropa…) tomar tés, combinaciones de pastillas, inyectarse, mover muebles, tirarse de las escaleras o acudir a personas sin escrúpulos a que les realizaran prácticas brutales sin la menor asepsia y con las consecuentes intoxicaciones, hemorragias, esterilidad… y hasta la muerte.
En datos oficiales para México, según el Consejo Nacional de Población (CONAPO), en 2015 se practicaba aproximadamente un millón de abortos al año y el 18% de mujeres en edad fértil han interrumpido un embarazo, alguna ocasión en su vida. No obstante, se trata de sub-registros porque no se sabe el número exacto, pues ni ellas lo dicen, ni quienes ejercen esta práctica. Lo que sí se sabe es que ha representado un jugoso negocio para quienes lo llevan a cabo clandestinamente. Prohibir siempre es rentable.
Me parece inmoral que sigan muriendo mujeres por abortos con riesgos. También es inmoral transformar a las mujeres en criminales por haber tenido un aborto. En el mundo entero, en los países donde el aborto es un delito, las mujeres siguen encontrando la manera de poner fin a los embarazos que no pueden llevar a término. Como sociedad tenemos el reto de construir una cultura de la prevención para que a ninguna mujer se le imponga la maternidad, ni tenga que abortar. Habría que transformar el pensamiento político y social respecto a ellas, en el sentido de enlazar su dignidad, salud y derechos con su capacidad moral y jurídica; y deberían poder decidir si quieren traer una nueva vida al mundo, cuándo y cómo hacerlo.
Se trata de evitar la muerte de mujeres por abortos clandestinos sin medidas higiénicas y sin los cuidados que requiere este tipo de intervención. Es un problema de salud pública, de justicia social y por tanto, de amor a la vida y es ¡el último recurso!
Referencias: Consejo Nacional de Población (CONAPO). 2015. http://www.conapo.gob.mx/es/CONAPO/10_de_mayo_2015_Dia_de_las_Madres
Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) (2015). Niñas y mujeres sin justicia. Derechos reproductivos en México. http://informe2015.gire.org.mx/#/inicio
Sau, Victoria (2000). Diccionario ideológico feminista. Editorial Icaria. Madrid.
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