Machismo no es lo opuesto de feminismo, opuestos son: hembrismo vs machismo.
Diversas fuentes señalan al machismo como una expresión que considera la superioridad de los varones sobre las mujeres; proviene de un conjunto de creencias, actitudes y prácticas que definen de forma estereotipada los roles de lo femenino y lo masculino, además de justificar y promover la desvalorización y discriminación contra las mujeres. Se establece a través de hechos físicos o verbales en los cuales expresan violencias de diferentes niveles para referirse o tratar a las mujeres.
La versión más burda de este fenómeno la encontramos en los altos índices de violencias contra las mujeres, sólo en 2017 se cometieron 671 feminicidios en México (Sistema Nacional de Seguridad Pública, 2018); el 67% de mujeres de 15 años y más, alguna vez en su vida, ha vivido violencia por parte de cualquier perpetrador (familiares, amigos, escuela, vecinos…), según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, 2016). La violencia más frecuente contra las mujeres proviene de su pareja: 43.9% declaran haberla sufrido y 6 de cada 10 mujeres de 15 años y más han sido violadas. (Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (2016).
El machismo predomina en todas las sociedades y tiene influencias básicas en el desarrollo de las personas desde que nacen; la sociedad, al dar un trato diferenciado a niñas y niños, imposibilita que desplieguen capacidades y actitudes de forma libre, que en una socialización no sexista podrían fomentarse. El machismo constituye una pieza básica de las estructuras de poder patriarcales, estas normalizan las relaciones desiguales entre mujeres y varones, además de reproducirlas y señalarlas como naturales y provenientes de la biología. Nada más ajeno a lo que realmente son: resultado de una construcción social expresada a través del cumplimiento de modelos establecidos (casi calcados), promovidos y reforzados por distintas vías, entre otras, las instituciones socializadoras (familias, escuela, religiones, instituciones, leyes y medios de comunicación) convirtiéndose en un asunto estructural.
Ciertas investigaciones indican que cuando el machismo se difunde de manera institucional como método o estrategia, se denomina sexismo (Cucchiari, Salvatore; 1996; Sau, Victoria; 2001), y se trata de un hecho consciente. El machismo es parte de la cultura que proviene del patriarcado y está instaurado desde hace varios siglos en la mayoría de los países, donde se vive en la interacción de la vida cotidiana a través de los denominados micromachismos (Bonino, Luis; 1995). Algunos aspectos se expresan de forma inconsciente, como actos que no se consideran violencias de género y se naturalizan. Le platiqué a un varón lo difícil que había sido estacionar el auto en un lugar pequeño y con gran sonrisa me dijo “No te preocupes, ¡si hasta a mí me pasa!”. Igual ocurre con ciertas bromas, o cuando el mecánico explica sus servicios al varón aunque la mujer vaya manejando; el jefe que usa apelativos “cariñosos” sólo con las subordinadas; los chistes o piropos que incluso hace muy poco se han reconocido como molestos u ofensivos para muchas mujeres.
El espacio de lo cotidiano está atestado de micromachismos, término creado en los noventa por el psicoterapeuta argentino Luis Bonino, quien nos dice que son casi imperceptibles porque se trata de “pequeñas tiranías”, “terrorismo íntimo” o “violencia blanda” (Bonino, Luis; 1995: 191-208). Por ejemplo: el mesero que le da la cuenta al varón pues infiere que el DEBE pagar.
Estos sutiles machismos, con gran influencia, los podemos identificar en los medios de comunicación, donde predomina la tendencia hacia la exaltación de los roles o moldes establecidos de una imagen femenina un tanto irreal; tal es el caso de ciertos programas “ligeros” de las mañanas en los espacios televisivos, donde las mujeres portan vestidos muy ajustados, escotados, muy cortos… lo importante es exacerbar las características femeninas como senos, glúteos, etc., en tanto que los varones visten ropa cómoda o de trabajo. El mensaje implícito es que las mujeres sean guapas y ellos inteligentes. Muy presente está la cosificación del cuerpo de las mujeres en la publicidad, vestidas con muy poca ropa para anunciar bujías, motocicletas, eventos deportivos… Esto en el imaginario colectivo no se percibe como violencia, pues “así son las mujeres”.
“El machista generalmente actúa (…) sin explicar o dar cuenta de la razón interna de sus actos. Se limita a poner en práctica de un modo grosero, aquello que el sexismo de la cultura a la que pertenece por nacionalidad y condición social le brinda”. (Sau, Victoria; 2001) Otro ejemplo son los albures, pese a que en algunos espacios académicos pugnan por su reivindicación.
La supuesta “superioridad masculina” también aparece en las series de detectives, donde ellos dan las órdenes, son quienes “descubren” y desenredan la complejísima trama que permite identificar “a los malos” y “salvar” a las víctimas, mientras las mujeres (que ahí trabajan) además de ser bonitas y lucir sus atributos físicos, obedecen y hacen “la talacha” en el proceso de indagación. Estas series, con sus proporciones guardadas, mantienen el modelo de los cuentos de princesas donde ellas no hacían alarde de inteligencia, sino de pasividad, inocencia… esperando en la torre para ser rescatadas por un avispado, valiente, paternal y guapo príncipe que siempre encuentra la solución para resolver toda clase de situaciones difíciles. Igual se veía en el cine mexicano de antaño y hollywoodense de hoy. En la política estamos escasamente representadas; en la medicina la ginecología es una carrera monopolizada por varones, en cambio la urología es la menos feminizada de las profesiones.
Aunque predomina la idea de que machismo y feminismo son lo mismo, no hay relación alguna; la teoría feminista cuestiona todo lo anterior. El feminismo no está en contra de los hombres, más bien plantea, desde sus diferentes perspectivas, desde su teoría y práctica, la igualdad que se sustenta en la justicia; todo en contra del autoritarismo, donde la utopía es que mujeres y hombres sean vistos como iguales en derechos y libertades en los ámbitos: social, cultural y económico. A través de tres siglos de existencia, con diferentes nombres, ha hecho visible lo invisible.
La propuesta es que los varones revisen su interacción con las mujeres de su entorno y se atrevan a “ver”, describir y hacer anormales los micro-abusos que les aportan beneficios como la actitud de servicio (¿o servidumbre?) con la que se ha socializado a las mujeres. Cambiar el “yo te ayudo” por “yo me responsabilizo” de lo que me toque hacer. Ejercer la reciprocidad: si me cuida, la cuido cuando sea necesario. Una clave sería dejar de sentirse superior o con privilegios especiales por el sólo hecho de ser varón. Acercarse a los grupos de hombres, que junto con las mujeres, pretenden erradicar las violencias de género y darse cuenta que hay mujeres cercanas a las que se ama y no se querría ver como víctimas de otros.
Referencias:
Bonino Méndez, Luis (1995). “Desvelando los micromachismos en la vida conyugal”, en Jorge Corsi et al. Violencia masculina en la pareja. Paidós. México.
ENDIREH (2016).
https://es.scribd.com/document/356950763/Encuesta-Nacional-Sobre-La-Dinamica-de-Las-Relaciones-en-Los-Hogares-ENDIREH-2016 INEGI (2018). “Estadísticas a propósito del día de la madre. Datos Nacionales”
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