Para hablar de infidelidad se tendrá que pensar en moral y ética. Cuando una pareja, en el mejor de los casos, se une para acompañarse en el proyecto de vida de cada uno, siempre en el contexto de la libertad de acción, se habla de compromiso, de lealtad, de responsabilidad y de aceptación del otro.
Se sabe que la comunicación profunda es una de las claves de las relaciones con los demás; y se asevera que se comparten peticiones, se comentan las necesidades, se experimentan las ideas y proyectos afines.
Cuando esto sucede, puede decirse que dicha pareja se maneja dentro de la moral y la ética que no les permite lastimarse de ninguna forma y si se piensa que, además de romper reglas éticas de pareja con la infidelidad, infectar al ser que se supone es el complemento, de una enfermedad que puede ser mortal o difícil de erradicar, es una herida profunda a su yo, nos remitimos a una falla de consciencia del otro.
El problema es que además de ser violentada fisiológicamente, invade profundamente la psique de la pareja provocando incertidumbre, angustia y curiosamente la evasión o negación ante el hecho. ¿Por qué negación? Porque se pone en juego la moral de ambos miembros e irremediablemente les invade la desconfianza, las ideas delirantes y la desvalorización como persona digna de ser amada y respetada.
A nivel social también se ven afectados porque aparte de perder valía personal, se sitúan desde ese lugar psíquico frente a la comunidad, es decir, con pérdida de estima de sí mismo y el auto concepto. Cambia el ánimo, la esperanza de vida y en casi todos los casos, se quedan enquistados en esa relación confusa y dolorosa, siempre con la ambivalencia de pensamientos, sentimientos y la cadena de amargura que produce trastornos psíquicos como la depresión crónica.
Finalmente, puede decirse que el “daño” que produce la infidelidad asociada al contagio de alguna de las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS), es profundo porque finalmente viola el ser de la persona. Podríamos pensar en la moralización de la sociedad y así evitar que los que se “aman” se lastimen de esa forma solo por dejarse llevar por la pulsión pasando por encima de la moral.
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