“Con su cuerpo las mujeres crean las condiciones necesarias
Para el sostenimiento y evolución del ciclo vital de las
Personas, desde que nacen hasta que mueren”
(Eugenia Flores, 1997)
Esta pandemia, que todavía no termina, nos ha dejado experiencias únicas; nos ha puesto en múltiples situaciones nuevas, con muchos sentimientos que se vuelven difíciles de manejar con el tiempo. Por ejemplo, cuando una persona se alegra de vernos por primera vez luego del largo confinamiento o viceversa, sólo nos falta exclamar “¡que gusto, sigues viva!”, aunque omitamos decirlo. También nos ha dejado tristeza, incertidumbre, dolor, aprendizajes, conflictos… como toda crisis genera caos y oportunidades.
En las familias, y sobre todo entre las parejas, han surgido descubrimientos, hay quienes señalan haberse conocido más, ha habido reconciliaciones, desencuentros, e igualmente serios conflictos, uno que abordaremos es el relacionado con el trabajo doméstico.
Usualmente consideramos que trabajar sólo se aplica para el desarrollo de actividades en una escuela, fábrica, almacén, oficina o cualquier sitio donde se tenga que cumplir con un horario determinado, y haya una autoridad a quien rendir cuentas y vigile nuestro desempeño; por ello las actividades cotidianas que se llevan a cabo en una vivienda no se reconocen como trabajo. Por costumbre, tradiciones, pero sobre todo por la estructura patriarcal en que está asentada nuestra sociedad en México y en el mundo, la mayor carga del trabajo en los hogares recae en las mujeres.
Lo más grave de esta falta de reconocimiento es que se da desde la propia mujer que ejecuta estas actividades, quien eufemísticamente les llama “mi quehacer”, “mi talacha” o “cosas del hogar”. Y ¿Qué es el trabajo doméstico? “…la transformación cotidiana que ocurre en el seno de la unidad familiar con el propósito de obtener mercancías, en tanto que se trata de productos o servicios con valor de uso, consumibles directamente” (Durán, Ángeles; 1990).
En este contexto, las mujeres en su hogar, realizando el trabajo doméstico tienen tareas diversas y bien definidas: a) de reproducción de la fuerza de trabajo, por una parte, mantener la capacidad productiva de quienes integran la familia, a través de satisfacer sus necesidades esenciales de alimento, salud, vestido, descanso… y por otra, que puedan reponer su fuerza de trabajo y estar en condiciones de continuar trabajando.
b) De reproducción biológica: tener hijas e hijos o trabajo de reproducción humana. La labor de gestar, parir y lactar ha permitido la supervivencia de personas y sociedades.
c) De socialización: educar a la prole, transmitirles valores, tradiciones, religiones, idiomas, mitos, prejuicios y en general todo el proceso de socialización. Mantener a la familia unida, ser anfitriona, participar en fiestas escolares, vecinales, comunitarias…
d) De ejecución: lavar ropa, trastes, pisos, cocinar, planchar, barrer, sacudir, comprar alimentos, cuidar personas dependientes: niñas/niños, personas adultas mayores, con discapacidad o enfermedades. e) De gestión (representar a las familias): transacciones bancarias, trámites de predial, agua, juntas escolares, reuniones vecinales y más.
Además, el trabajo doméstico es continuo, no tiene horarios, ni vacaciones, no hay límite de tiempo pues atiende personas y necesidades (alimentación, tareas, enfermedades…); es simultáneo, al mismo tiempo que la mujer plancha, apoya clases vía zoom, tareas escolares, vigila el guiso y contesta el teléfono; es intenso, requiere rapidez, urgencia, esfuerzo; mover muebles, desplazarse hacia un hospital, arreglar una emergencia en la estufa… y múltiples situaciones de la vida cotidiana. El capitalismo nos ha hecho creer que este trabajo ¡lo hacemos por amor!
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (NEGI,2021) reporta que el valor del trabajo del hogar o doméstico y de cuidados (que no es pagado), representó en el año 2020 el 27.6% del Producto Interno Bruto, o riqueza producida por el país, este último equivalía en ese año a 6 billones 4 mil millones de pesos. Del monto aportado en 2020, las mujeres participaron con 73.3%, mientras los hombres lo hicieron con 26.7% (Periódico La Jornada: 4-12-2021) Añade INEGI que tales labores domésticas y de cuidados recayeron en ese año desproporcionadamente sobre las mujeres, y apoyaron 3 veces más que los varones. Incluso se observó que la contribución de las niñas también superó a la de los niños.
Este hecho ya se venía reportando, sin embargo, la pandemia del COVID vino a profundizar la desigualdad entre mujeres y hombres, lo cual, por supuesto genera tensiones severas y conflictos familiares que inciden sobre la pareja, pues el exceso de trabajo doméstico, además del trabajo pagado (si lo hay), recae sobre las mujeres y llega el momento en que el cansancio, el hartazgo y la falta de participación responsable por parte de la pareja, lleva a las consecuentes explosiones en la relación. El economista inglés Keynes preguntó en la primera mitad del siglo pasado ¿quién pagará el trabajo que hacen las mujeres en la casa? Y la respuesta fue el silencio y el cuento de que lo hacemos por amor.
“Decir que queremos un salario por el trabajo doméstico que llevamos a cabo, es exponer el hecho de que en sí mismo el trabajo doméstico es dinero para el capital, que el capital ha obtenido y obtiene dinero de lo que cocinamos, sonreímos y (amamos). Al mismo tiempo demuestra que todo lo que hemos cocinado, sonreído y (amado) a lo largo de todos estos años no es algo que hiciéramos por que fuese más fácil para nosotras que para cualquier otra persona, sino porque no teníamos ninguna otra opción.” (Federici, Silvia: 2018: 35-46).
Plantear un salario por el trabajo doméstico es tan sólo el inicio, pues históricamente nos han convencido de que las tareas del hogar no son un trabajo, son múltiples actividades que hacemos cada día “por amor a las familias”, así nos lo contaron y nos creímos esa idea a través de diversas estratagemas y engaños. Añade Federici que a partir de que nos paguen un salario, hemos de llamar trabajo al trabajo, para así poder redescubrir lo que es amar y lo que es trabajar, podemos demandar no sólo un salario sino muchos salarios, puesto que se no ha forzado a trabajar de muchas maneras. Se espera tanto de nosotras precisamente porque no se nos paga, lo ven como algo que es “cosa de mujeres”.
Referencias:
Federici, Silvia (2018). Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Ed. Traficantes de Sueños. Mapas. Madrid.
Sayavedra, Gloria, Flores, Eugenia (Coordinadoras) (1997). Ser mujer: ¿un riesgo para la salud? Red de Mujeres de PRODUSSEP, A. C.
Periódico “La Jornada”. Diciembre 4 de 2021.
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