“(…) el tipo de humanidad que en el otro ser preferimos, dibuja el perfil de nuestro corazón” José Ortega y Gasset (1973:136)
Las parejas que se llevan bien o dicen sentirse satisfechas después de varias décadas de convivencia, parecen no ser noticia. Tampoco hay mucha literatura científica sobre este tema, o al menos es menor a lo escrito sobre violencia familiar, divorcios, infidelidades y en general, las historias de fracasos matrimoniales.
Cuando alguien te dice que después de veinticinco o treinta años con la misma pareja, todavía “le cae bien” y siente emoción de verle llegar, de inmediato el comentario genera muchas dudas, ¡mmmhhh! ¿Será posible? Al parecer no es tan creíble que una pareja mantenga su amor durante años sin la necesidad de la adrenalina generada por una relación extramarital.
¿Qué mantiene unidas a las parejas que duran? Cuando llevas muchos años de convivencia, sin graves problemas, contar años no es algo relevante. Como dice el poema de Benedetti: “Al principio éramos jóvenes, pero no lo sabíamos”; en realidad tomas conciencia del hecho cuando se cumple un año más o por los comentarios de otras personas. Porque si te sientes feliz y plena/pleno, no estás pendiente de llevar cuentas, sino de resolver el día a día y lo demás viene solo.
Como pareja se va construyendo una identidad, la cual requiere la vida entera en común para poder generar sentimientos de pertenencia que les identifique.
Seguro no se trata de una relación rutinaria o plana y no perciben la necesidad de estar “monitoreando” a su pareja; se concentran más bien en sus proyectos personales. Por supuesto habrán tenido y tienen días malos en los cuales pueden experimentar enojo o tristeza respecto al otro/otra, pero habrá momentos para compartir risas, bromas, alegrías y en el balance, el saldo es positivo, pues hacen un trabajo en equipo que permite alcanzar logros y cumplir expectativas de forma conjunta y al mismo tiempo por separado. Lo cual implica un proyecto de vida propio para cada integrante de la pareja y converger en momentos y situaciones específicas. No se adhieren o se borran uno al otro, sino cada cual lucha por sus logros, con el apoyo de la pareja.
Respecto al miedo a la soledad en la vejez… la soledad es un sentimiento de vacío y anhelo; ansiedad pintada de tristeza; deseo de estar apegado a algo. Se trata de una aspiración no satisfecha. Este sentimiento no sólo se presenta en la ancianidad, sucede a personas en situación de divorcio, abandono, viudez, discapacidad física, entre otros, y cada vez con mayor frecuencia ocurre en la adolescencia, por diversas realidades.
En el momento actual, donde el modelo económico exacerba el individualismo, podemos encontrar la soledad de las multitudes, personas que se sienten solas aun formando parte de un grupo de distintas dimensiones.
Tener una pareja no representa una vacuna contra la soledad, como tampoco lo es una hija o un hijo. Nadie puede protegerte de este sentimiento si padeces de una soledad emocional o crónica y eso requiere atención especializada. Si este no es el caso, más bien se debería tomar la decisión de integrar la soledad a la vida y reconocer que esta se presenta por momentos, al igual que la felicidad y se debe aprender a disfrutar de ella como un instante de introspección, de encuentro consigo misma/mismo, de crecimiento interior y de disfrute.
La soledad no es igual a estar sola o solo, aunque puede haber una soledad de tipo social al carecer de amistades, igual puede vivirse en pareja y sentir soledad; cada relación es diferente. Elementos vitales son la comunicación (la cual ya hemos abordado en este espacio) y la amistad, en el sentido de reciprocidad.
Francesco Alberoni (1979) tiene una deliciosa definición del enamoramiento: “Es el estado naciente de un movimiento colectivo de dos.” Pero más allá de la ducha química del enamoramiento, el autor señala que el amor no está en nuestras manos, “nos trasciende, nos arrastra y nos obliga a cambiar”, percibo que no cree en el largo
amor, pues considera que cuando termina el enamoramiento desaparece el éxtasis y la pasión y queda tan sólo la trivialidad cotidiana, “la tranquila serenidad continuamente interrumpida por el aburrimiento, el rencor y el desencanto.” (p.49) En parte tiene razón, pero no del todo. Si tomamos en consideración que la muerte del amor es la rutina, pues ¡a luchar por evitarla! Pues si esta es fatal para la pareja, también afectan los cambios constantes impidiendo cierta estabilidad. Las personas tenemos la posibilidad de superar la rutina, si cada integrante tiene su proyecto como un asunto de vida y se esmera en cumplirlo, el aburrimiento rutinario no llega, porque se deberá trabajar cada día para alcanzarlo, y la propia pareja es un proyecto a cuidar y mantener vivo, tomando en cuenta sus intereses y necesidades, pero, sobre todo, enfocarse en sus cualidades, porque si miramos sólo los defectos (que todas y todos tenemos) el amor puede morir.
Otro aspecto a reforzar es el marcar límites muy claros. Si bien es importante que la pareja te perciba como una persona solidaria y amiga, tampoco significa hacerle la tarea o asumir sus responsabilidades. Esto representa tomar decisiones personales. Cuando te planteaste ser su pareja, no fue al azar, implicó un acuerdo de dos personas, algo así como “hoy empieza el primer día del resto de mi vida contigo” y esa frase puede ser revocada sino funciona. Pero para durar muchos años con la persona elegida, es necesario negociar, lograr consensos y darse cuenta de que una relación viva puede cambiar. Vale estar alertas para afrontar desde el “nosotros” los propios dilemas y salir adelante. Ese es el reto para este año que está cerrando.
Referencias:
Alberoni, Francesco. (1979 1ª Edición). Enamoramiento y Amor. Nacimiento y desarrollo de una impetuosa y creativa fuerza revolucionaria. Gedisa Editorial. Barcelona España. 1992.
Benedetti, Mario. Poema. Boda de perlas. http://lainspiraciondebenedetti.blogspot.mx/2007/01/boda-de-perlas.html
Ortega y Gasset, José. Estudios sobre el amor. Espasa-Calpe. Madrid. 1973.
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