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Socialmente, la violencia masculina seduce, la femenina enfurece...

Actualizado: 22 sept 2023



La violencia patriarcal y todas las causas

relacionadas con ella, se han naturalizado

en las sociedades a lo largo de los siglos.


¿Por qué la violencia masculina seduce a las sociedades y la femenina resulta tan rechazada? ¿Será porque la primera ha estado presente a lo largo de la historia y la hemos convertido en un elemento natural en nuestra vida cotidiana? En cambio, observar a mujeres protestando con violencia exacerba a muchas personas. Podría pensarse que el ejercicio de mostrar enojo y rebeldía con estruendo es sólo masculino y hasta llega a verse como heroico, mientras que el mismo ejercicio practicado por mujeres resulta impropio, feo... De nuevo las varas diferenciadas para medir los mismos fenómenos sociales.

Veámoslo en un ejemplo que mezcla la ficción de un filme con la reacción social ante él: la trascendencia que ha tenido el personaje principal de la película “The Joker”. Un protagonista que ha causado conmoción y revuelo en gran parte de la sociedad de los más diversos países; se trata de una película violenta, perturbadora y cruda, que permite a quien la mira entrometerse en los laberintos emocionales de un psicópata y su vida diaria, donde se le puede dar seguimiento a sus profundos problemas mentales. El espectador/espectadora se descubre actuando como “voyerista psiquiátrico”, por llamarlo de alguna forma, donde cada escena despierta el morbo por la manera cómo este hombre sintetiza de forma acentuada, los rasgos esenciales de ese ser enfermo que sufre todos los fracasos, frustraciones y reveses posibles. El personaje, es atacado por su vulnerabilidad y por ello logra que muchas personas se identifiquen con él y lo hayan convertido en un fenómeno de masas.

A los traumas infantiles derivados de abusos de todo tipo, falta de amor y enfermedad mental del protagonista, se le agrega un trabajo precario siendo violentado en las calles y en los ámbitos donde interactúa, simplemente por ser pobre y vulnerable. Así se propicia el caldo de cultivo adecuado para hacer surgir el resentimiento y el ataque justiciero a esa sociedad que lo maltrata y humilla una y otra vez. ¿Cómo lo ve el público? Con dolor, pena, complicidad, empatía y hasta celebración cuando El Joker logra “justicia” quitándole la vida a seres que lo han dañado, haciéndolo con crueldad, saña y gran dosis de cinismo. La violencia está grabada en cada expresión, en cada escena, a cada paso…

Finalmente, hace un reclamo al sistema económico y social que lo ha excluido, que todo convierte en mercancía y luego lo desecha como inservible, se ha burlado de él y ha sido el causante de sus desgracias y de otros millones como él; lo cual le permite justificar sus asesinatos y generar la aceptación de sus actos, desencadenando la violencia colectiva contra lo establecido. No es casualidad que esta película esté siendo nominada y resulte ganadora de múltiples premios en diferentes países; que recaude cientos de millones de dólares; que aumentará la afluencia a los sitios que sirvieron de escenarios de la película en Nueva York, ahora de culto, por ejemplo, la escalinata donde el actor baila una “desabrida” danza que es imitada por algunos de sus seguidores. Se ha observado que manifestantes empiezan a llevar máscaras de payasos en países como Chile, Hong Kong y Líbano y otros más, convirtiéndose en un símbolo global de descontento.

Lo cierto es que esta no es la primera ocasión cuando una película se convierte en imagen de reclamo social, otro personaje antes fue tomado de la película “V for Vendetta” o “V de venganza”, estrenado en 2006 y siendo de las más vistas y multipremiada, ahí el personaje central, otro hombre, asume una postura de atacar al gobierno para poder liberar al pueblo. Curiosamente “V” usa una máscara tomada del rostro de Guy Fawkes, un católico inglés que promovió una conspiración en 1605 para destruir el Parlamento en el Reino Unido, aunque fue atrapado y ejecutado antes de lograrlo. La película cierra con una manifestación colectiva y en la realidad la máscara se convirtió en un ícono utilizado por quienes se rebelan contra gobiernos, instituciones financieras y otros órganos de poder. Vale hacer mención que en la trama de la cinta el anti-héroe enmascarado secuestra a la protagonista, la encarcela y tortura haciéndole creer que va a morir… y al final ella termina perdidamente enamorada de él y se incorpora a su causa.

Así podríamos seguir anécdotas sobre las violencias masculinas y por supuesto patriarcales, pero lo importante es comprender que estas no se acotan a balazos, dinamita, cuchillos y asesinatos, hay otras formas, por ejemplo la película ¡Átame! (1990), de Pedro Almodovar, la cual refiere el caso de un hombre que secuestra a una actriz en su propia casa y la ata a la cama diciéndole que no la soltará hasta que ella se enamore de él y ¡lo logra! No escapan a estas falacias las “dulces” versiones infantiles donde una chica se enamora de su secuestrador como en “La Bella y la Bestia”.

Las cintas actuales son una muestra clara de que la magia cinematográfica ha logrado convencer y hacer de la violencia masculina-patriarcal una cuestión aceptada, admirada e imitada. La antropóloga argentina Rita Segato (2016) refiere la “institucionalización de la criminalidad (…) y los cambios contextuales que configuran una esfera político-bélica en el mundo, con sus juegos de alianzas, antagonismos, facciones” (P. 78) y la necesidad de que los medios masivos de información y formación, entre ellos el cine, la televisión, las redes, nos “eduquen” para aceptar la “mafialización” de la vida cotidiana. No es accidental que la pantalla chica tenga tantos programas policiacos, donde se investigan los asesinatos con una rigurosidad y profesionalismo increíbles, pero acostumbrándonos a ver crímenes, sangre, mucha sangre y a sentir un gran temor del otro, del extraño, del diferente. Sentir miedo puede tener beneficios económicos para el negocio de las armas, por ejemplo.

Se corrobora con películas de guerra; de mafiosos como El Padrino, El Irlandés… cuyos protagonistas terminan siendo vistos como “no tan malos”, son aceptados y llegan a convertirse hasta en “honorables” porque también “tienen su ética” dicen algunos. Efectivamente, a veces las cintas están tan bien desarrolladas que pueden convencer a la sociedad de situaciones increíbles donde logran la normalización del ejercicio de las violencias masculinas y terminamos acostumbrándonos a ellas como forma de vida y de existencia humana.

En este contexto, resulta notorio cómo amplias esferas sociales admiran a personajes que ejercen violencias desmedidas, pero debe ser más notorio cómo a esos mismos sectores les enerva e indigna que las mujeres pretesten contra las violencias de que son objeto. La sociedad en el mundo se enfurece cuando pintan paredes, rompen vidrios, lanzan diamantina… aunque la ONU informe que más de 3,500 mujeres fueron asesinadas por razones de género en 25 países de América Latina, en 2018; o que los feminicidios se han convertido en una plaga, donde cada hora mueren 10 mujeres, sin importar si viven en un país pobre o rico. ¿Por qué estas violencias no aglutinan la cantidad de hombres, llenos de admiración, que convoca un triunfo de futbol? ¿Por qué no generan la empatía que consiguen las películas de asesinos? El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, decía que “el miedo de la mujer a la violencia del hombre, es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.


Referencias:

Segato, Rita (2018). La guerra contra las mujeres. Prometeo Libros. Buenos Aires, Argentina.


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