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Soltera por elección.

Manuel Hernández


Hoy en día estamos viviendo una fuerte crisis en torno a la pareja y la forma en la que se establecen vínculos afectivos, desde mi perspectiva esto se viene gestando por lo menos unas tres generaciones atrás con nuestros abuelos. Es importante comprender el contexto histórico, moral y social en el que crecieron y se educaron o se prepararon para la vida en pareja.

En ese entonces a la mujer se le preparaba para las labores del hogar, se le hacía mucho hincapié en la importancia de llegar virgen al matrimonio y se les vendía la idea de que la persona con la que se casaran sería su compañero de vida sin importar que sorpresas le deparara el “destino”, es decir, si el hombre a quien habían elegido por esposo (o al que les habían elegido) era borracho, mujeriego o golpeador. Incluso por ahí surge una frase muy conocida en nuestra cultura para aquella mujer que se quejaba con su madre por el marido “que le toco”: ¡es la cruz que te toco cargar!

Viene la siguiente generación y el divorcio empieza a convertirse en una posibilidad para aquellas mujeres que vivían o enfrentaban una suerte parecida a la de su madre, pero a cambio de su libertad encontraron una recriminación social y moral muy fuerte al grado de que sus hijos llegaban a padecer las consecuencias.

Poco a poco se fue venciendo esa carga social y moral al punto de irnos al extremo y caer en relaciones que prácticamente se vuelven ¡desechables!, dicho en otras palabras y a mi entender para muchas personas (hombres y mujeres por igual) empezaron a ver las relaciones de pareja como un proyecto que ya no lleva la carga moral o el peso social de la frase: “¡hasta que la muerte los separe!”. Ya que a la vuelta del camino con los desencuentros naturales de una relación o bien con la caída de la etapa del enamoramiento (que puede ir de los 6 meses a los 2 años), encuentran como solución a su desilusión la ruptura consumada en el divorcio.

Bajo este contexto, surgen las siguientes preguntas: ¿qué es entonces lo que le da valor al matrimonio o la vida en pareja?, ¿cuál es la fórmula para saber si la elección que hice es la correcta? O mejor aún, ¿cómo saber si estoy preparado para estar en pareja?

La respuesta a éstas preguntas puede resultar sencilla en términos de lo aquí descrito, pero muy compleja en términos de la realidad, es decir, su aplicación requiere de un trabajo personal profundo.

Intentaré abordarlo desde la siguiente perspectiva:

Cuando un bebé nace se encuentra en un estado de absoluta dependencia emocional y la labor de los padres tendría que ser el dar cobertura inicial a todas sus necesidades y posteriormente facilitar el desarrollo de todo tipo de habilidades y capacidades incluyendo las académicas con el el firme propósito de que, al llegar a la mayoría de edad, cuente con todo lo necesario para pasar al otro extremo: la autonomía e independencia.

El alcanzarlo nos colocaría en una posición franca para seguir un camino que nos lleve a la consolidación como individuos que tienen la capacidad de valerse por sí mismos y resolver los diferentes retos y pruebas que la vida nos ponga en el camino. Ahí desde la metáfora de “encontré a mi media naranja” podríamos decir que somos ¡naranjas completas!

A manera de paréntesis te pregunto a ti que estás leyendo éste artículo: ¿notaste que en un párrafo previo utilice la palabra “tendría”? ¿Al referirme a la labor de los padres?

Si lo notaste y te quedaste con la duda quiere decir que estás poniendo atención y que estas tomando una postura crítica o de deseo de comprender más y más. Y aquí doy la explicación, los padres suelen estar cargados de situaciones e historias no resueltas que terminan siendo depositadas en los hijos, lo que trae como consecuencia el que no favorezcan dicho desarrollo de habilidades y sean ¡medias naranjas!

Esto es clave para el tema que estamos abordando, ya que el comprender que uno de los elementos para poder estar solo es haberse consolidado emocionalmente como individuo y más importante aún, saber que los únicos responsables de nuestra felicidad somos nosotros y que la respuesta a todo lo que nos hace falta y a las carencias emocionales con las que crecimos se encuentra en nuestro interior.

Si esto lo tienes trabajado o resuelto el estar en pareja o sola será cuestión de decisión no una necesidad o una circunstancia.

La mujer de hoy tiene muchas ventajas en contraste a las mujeres de hace unas tres generaciones. Tiene acceso a la educación a niveles de maestría y doctorado, cosa que no sucedía. Tiene acceso a puestos o cargos a nivel directivo y muchos otros recursos que le facilitan el camino hacia la autonomía e independencia económica. Lo cual quiere decir que ya sólo le queda un elemento que puede ser la cerecita en el pastel: la autonomía emocional que la convierte en una naranja completa y que la deja en la libertad plena de elegir estar en pareja, pero con otra naranja completa o bien, estar ¡sola por elección!


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