Pensar en triángulos amorosos generalmente nos remite a la dinámica que mantiene una pareja adulta, la cual se rige por un contrato de fidelidad expresa y que, por múltiples razones, se rompe y permite la entrada de un tercero al mundo afectivo y erótico que hasta entonces había sido exclusivo.
Sin embargo, en esta ocasión quisiera pensar que cuando una pareja se forma clandestinamente por lazos de erotismo y amor, y alguno de ellos está casado o comprometido, la tercera en discordia resulta ser la esposa o el esposo oficial.
Siempre se pone atención y se le culpa a la nueva pareja, ya sea él o la amante. Estamos acostumbrados a señalar y a criticar negativamente a esa nueva persona que parece, se metió como intruso, como ladrón dentro de algo ya establecido. Solemos acusar al amante como el trasgresor único que rompe los lazos sagrados. ¿Será?
Hay otras formas de mirar al triángulo amoroso y entender cómo y por qué aparece esta decisión de incluir al tercero, porque ser infiel es una decisión.
La pareja formal lleva ya mucho más tiempo en una dinámica establecida, está al tanto de las áreas de conflicto de ambos, de las dificultades, de las traiciones naturales de una pareja que va sorteando la vida.
Sabe cómo le gusta a su pareja hacer el amor, qué lo pone de buenas y qué lo pone de malas, qué le gusta comer y sabe perfecto cómo hacerlo o hacerla enojar hasta rabiar. Sabe mucho y le saben mucho, ya han perdido la posibilidad de sorprenderse.
Quizá hasta han olvidado lo importante que suele ser llamar la atención de nuevo para sentirse atendidos mutuamente. Ser esposo o esposa tiene muchos riesgos en la línea del aburrimiento, de la rutina, de lo viejo y lo rancio. Así como muchas comodidades y vínculos muy valiosos de la continuidad y de historia.
Esa pareja estable tiene sus dolencias naturales, no hay quién se salve de ellas, incluso la soledad en pareja suele ser uno de sus síntomas.
Cuando se decide aceptar a un nuevo personaje en esta circunstancia, es la pareja vieja la que sale sobrando. Los esposos están generando un área de riesgo para marcar tanto territorios, como sus límites. En un juego natural de fuerzas entre géneros, los juegos de poder son el arma natural más filosa para recordarle al otro que la libertad y la fuerza, el deseo y el control no sirven más entre ellos y que existe el libre albedrío con sus consecuencias.
Si la esposa o el esposo se percata de esta novedad, entiende que es él o ella la que queda fuera de la novedad, de la aventura amorosa. Y el juego del gato y el ratón invaden la cama matrimonial. El excluido buscará hacer el relevo de la mirada. El deseo carnal se puso en lo extraconyugal, pero la necesidad de validación de la pareja oficial siempre se queda ahí, hasta que la muerte los separe, o bien, hasta que se genere dentro de esta dinámica otra forma de relación donde sólo queden dos. O bien, se re acomode el triángulo amoroso y se mantenga tanto como los tres estén de acuerdo, ya sea de forma consciente o inconsciente.
A veces se requiere de llegar hasta un divorcio, otras sólo son necesario un buen jalón de orejas. ¿Qué opinas?
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