“Los hijos de mi padre ni le amaron a él ni sintieron ningún tipo de afecto por nadie más. Le tenía demasiado miedo como para (…) expresarme de forma franca y carecía de voluntad propia, porque estaba tan acostumbrado a que se me dijera lo que tenía que hacer (…) que adquirí la costumbre de dejar que mi responsabilidad como agente moral la detentase mi padre.”
John Stuart Mill (1806 – 1873) González S., Amalia (2009: 135)
Es curioso, las instituciones exigen documentos que acrediten o certifiquen capacidad para contratar a una persona en algún puesto de trabajo, sea profesional, técnico o hasta para conducir un vehículo. Sin embargo, las personas que hemos recibido el título de madre o padre no estudiamos para ello, lo aprendimos por la vía del ensayo y el error, error, error… y ahí se hace realidad el dicho: “echando a perder se aprende”.
Esto es desafortunado, pues queda en nuestras manos la vida, presente y futura, de una persona; puede que logre realizarse, alcanzar sus propósitos (como los haya definido), pero conocemos casos donde el desenlace es fatal. Hace apenas unos días coincidí con una mujer que conocí cuando era una niña y el recuerdo entusiasta, alegre, con muchas ilusiones. La dejé de ver largo tiempo y en el reciente encuentro me entero que truncó su educación secundaria, padece alcoholismo, ostenta dinero y autos de lujo, además se ha vinculado con gente de dudosa integridad, en un entorno general deplorable. Todo ello me hizo pensar “¿qué le sucedió? ¿En qué momento se transformó y cómo sociedad dónde fallamos?”.
El caso citado no es excepcional, cada día son más comunes. Son hechos que ocurren en un contexto donde miles de niñas, niños y adolescentes crecen en una situación de violencia habitual, la cual acarrea consecuencias profundas e incluso acaba con la vida de centenares de ellos cada año en México. (1) Esta violencia puede ser de distintos tipos y modalidades: física, psicológica, sexual, discriminación y abandono; lo que puede orillar a involucrarse en aventuras por demás riesgosas, que resulten en apariencia muy exitosas por lo económico, pero a la larga se complican y pueden terminar en la cárcel o con la muerte.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF por sus siglas en inglés), reporta que nuestro país tiene más de 39 millones de menores de edad y seis de cada 10 han padecido violencia en el hogar o en la escuela; asociada a la ruptura de vínculos familiares, hambre, desnutrición, carencias e incapacidad para acceder a sus derechos y más de 3 millones trabajan en una situación de explotación sin posibilidades de estudiar o pasan a engrosar las cifras de la deserción escolar. (2)
Frente a tal panorama es necesario hacer un esfuerzo permanente por identificar la violencia que estamos ejerciendo. Porque estos datos dan cuenta de que de una u otra forma toda la sociedad mexicana contribuye directa o indirectamente en este hecho social no siempre visible, y en muchas ocasiones cuenta con su complicidad al rehusarse a reconocerla.
Por ejemplo, el afamado Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez, en su libro “Mis putas tristes” (2004), expresa lo siguiente: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé (de) la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. (p.5) … entre las menores de edad que hacían mercado en su tienda, a las cuales iniciaba y exprimía hasta que pasaban a la vida peor de putas graduadas en el burdel histórico... (p. 10) (…) Vi a la niña dormida, desnuda y desamparada en la enorme cama de alquiler. (…) La habían sometido a un régimen de higiene y embellecimiento (p. 12) (…) donde estaba su ropa de pobre doblada sobre una silla (p. 13)…”
Se puede refutar: es arte literario; el escritor no lo inventó sólo lo reseña; está fuera de contexto… Pero es violencia contra una niña y cuando se publicó no hubo grandes reclamos al respecto. Sin embargo, ¿cómo lo tomará un estudiante de secundaria o un jovencito de preparatoria cuando les dejen de tarea leer este texto escrito por un premio Nobel? ¿Querrán seguir sus pasos? ¿En cuánto a ser escritores o a poder comprar mujeres a los 12, 16 ó a sus 90 años? Pensarán que se puede adquirir a una mujer, como cualquier otro objeto, pues sólo es cuestión de dinero y como dice el propio autor en voz del personaje “También la moral es un asunto de tiempo, decía con una sonrisa maligna, ya lo verás.” (p. 5)
Todo esto es violencia contra la niñez; no es un producto del realismo mágico, hay evidencias sobre la venta de niñas (sobre todo pobres) y el tráfico de personas de todas las edades existe y constituye una pesadilla para la sociedad. Donde la violencia familiar les hace huir de la casa o refugiarse en las adicciones de todo tipo, desde el celular, el cigarro, alcohol y demás. Sin embargo, situaciones como las aquí descritas se presentan y no son percibidas como violencia.
De ninguna manera una madre o un padre desean causar dolor a su descendencia, sin embargo, suele ocurrir y resulta lamentable que un hijo recuerde a su padre, como se narra en el parágrafo que abre este artículo y lo describe el prestigiado economista del siglo XIX. Entonces, es momento de prestar mayor atención y observar cómo se ha “normalizado” la violencia contra la niñez, cómo la dejamos pasar sin siquiera darnos cuenta. Habría que romper esa complicidad y dejar de permanecer en silencio.
Referencias:
González Suárez, Amalia (2009). Mujeres, Varones y Filosofía. Historia de la filosofía. Editorial Octaedro. Barcelona.
(1) Violencia y maltrato.
https://www.unicef.org/mexico/spanish/proteccion_6932.htm
(2) Seis de cada 10 niños en México han padecido violencia doméstica o escolar
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