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De la pareja y la persistente huella en los hijos



La pareja se constituye como una relación espiritual. Cuando existe eso que se llama ‘pareja’ se supone que dos seres conforman una unidad a pesar de sus diferencias...

El núcleo de afinidad que es lo que permite la comunicación es vivido intensamente como un proceso de intercambio ético, estético y erótico. Lo ético es un compromiso que dos adquieren de compartir sus vidas, apoyarse en momentos de dificultad, relatar sus historias y aportar elementos que permitan que los planes de vida de cada uno se realicen; ético es que no haya mentira, confusión, agresión. Por eso la dimensión ética de la pareja no contempla ni puede admitir que cada uno de los compañeros falle en su proyecto de potenciar la vida del otro. Lo valioso de la relación ética de pareja es la capacidad de entregar el tiempo a facilitar las tareas del otro. Y dado que eso es un proceso compartido, entonces la pareja es el nosotros de dos que construyen momentos donde las historias y proyectos se anudan. El pasado de cada uno se integra al pasado de dos que entonces proyectan algo común.

Desde el punto de vista estético, la relación de dos seres que forman una pareja atraviesa por la conciencia de que la belleza y la armonía configuran la vida de los dos. Cada uno de ellos contempla lo bello en el otro y en el nosotros. ¿Qué es lo bello? No solamente los atributos físicos de cada uno, sino, sobre todo, el sentimiento de unidad y armonía que constituye la atmósfera de vida de los miembros de la pareja. Y lo erótico es el deseo, que se despierta en la necesidad de fundir un cuerpo en otro, de cuidar del cuerpo-vida del otro, de procurar placer al otro, desde la caricia hasta el estado de descarga pulsional máxima. Lo erótico es la unidad que producen los que ‘hacen el amor’, que es la disposición de los cuerpos a entregar su demanda, uno a las manos del otro, con el afán de sentir que lo diferente se funde en la unidad absoluta.

El producto de esa relación ético-estético-erótica son los hijos. Menores de edad vivientes, dependientes, frágiles, en proceso, que ven en los padres el primer refugio para comenzar el desarrollo que los ha de llevar algún día a ser parte de la sociedad en forma autónoma y serena. Si los padres se aman, los hijos encuentran sus referentes morales, estéticos y de deseo justamente en el modo como los padres se aman. Eso significa que los seres biológicamente engendrados participan de la comunidad y el lenguaje que la pareja origina en sus modos, formas, patrones, maneras de ver y vivir el mundo. Los hijos serán el reflejo de esa unidad, y entonces, si no se fractura la pareja, se esperan hijos ‘sanos’, físicamente enteros y espiritualmente felices.

¿Qué ocurre si la pareja se disuelve? En el divorcio o la separación, e incluso en las parejas que siguen juntas, pero no se entienden y desatan violencias constantes, los hijos se escinden, dividen, en fracturas asociadas: valores débiles, inseguridad, celos, posesividad, rechazo a una de las figuras parentales o a las dos, sentimiento de soledad, y, a edades posteriores, adicciones, depresión y angustia. Es claro que la pareja debe mantener un amor constante hacia los hijos. Esto independientemente de que haya un divorcio de por medio. Porque los hijos amados por los padres que dan afecto y marcan leyes de comportamiento moral, fomentan, al actuar de mutuo acuerdo, el sentido de armonía y belleza que abre la puerta positiva a ese momento en que el deseo de los hijos se expresa en la pubertad.

Obviamente la pareja estable necesita de sus espacios de encuentro. La privacidad en la vida de pareja es indispensable para que los hijos comprendan el significado de la parentalidad. En pocas palabras, sin la intimidad de los padres y su vida conyugal los hijos difícilmente separan lo privado de lo público. En cuanto a las parejas ‘rotas’ el problema deriva de la violencia.

Cuando los divorcios son agresivos, las separaciones son dolorosas. Y los hijos sufren en medio el resultado de esos agravios, hay maltrato infantil en todas sus variantes. Basta que el rompimiento amoroso de la pareja se traslade a los hijos como indiferencia para que ese maltrato esté consumado.


Es fundamental que cada uno de los miembros de la pareja preserve su sentido ético, estético y erótico dentro de los parámetros de lo privado. Y en lo que toca a los hijos, que el amor ético, la armonía estética, y el respeto a los deseos de cada uno, vaya construyendo una base sólida que permita, a pesar de rupturas, que los pequeños sientan que son amados, que hay reglas, que hay diálogo entre los padres (aunque ya no vivan juntos), y a partir de ahí, que sientan que vivir es algo hermoso. Eso los hará resilientes, fuertes, capaces de enfrentar las diversas dificultades que se presentan en la existencia.


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