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Del “¿Te gustaría ser mi novia?” Al “Hasta que la muerte nos separe”.


Ayer, eran novios; hoy, son esposos. Ayer dormían solos, hoy tienen que compartir su cama. Ayer vivían con el punto de vista de su sexo, hoy tienen que vivir con el de ambos. Ayer eras responsable de ti, hoy es “nosotros”.

Ayer veían sus mejores caras, el mejor atuendo, el mejor…, hoy ven a su pareja como es. Ayer podían ocultar sus malos hábitos, hoy les será más difícil. Ayer vivían en sueños, hoy empiezan a vivir en la realidad. Ayer eran solteros, hoy, ¡están casados!

Alguna vez leí un ensayo con frases muy semejantes a las escritas al inicio del presente artículo, y me pareció que una manera de introducir el tema del matrimonio encajaba perfecto con ellas puesto que así es como empieza todo.

Muchas parejas son alcanzadas por la “flecha de Cupido” y sin cuestionamiento alguno caen en sus redes; a todas luces se puede observar esa idealización de un otro que aparentemente es la pareja perfecta, lo que los lleva a decir “¡de aquí soy!” y formalizan su relación, y es en ese punto donde la realidad los alcanza.

Dicha realidad tiene que ver con planos como la diferencia de género, el hombre está más orientado a cuestiones prácticas, la mujer es más de emociones y sentimientos, sumado a ello vienen dos herencias familiares que pueden hacer que las diferencias aumenten.

Veamos algunos ejemplos: A él le gusta acostarse temprano a ella le gusta leer y ver TV hasta muy tarde, ella es friolenta y le gusta dormir abrazada a él toda la noche y él duerme destapado y se mueve mucho por lo que no le encanta tanto dormir abrazado a ella; además es ordenada y planea todo, él es desordenado tira la ropa donde sea y no le gusta hacer planes, él es muy cuidadoso con su coche, ella simplemente maneja, ella hace un presupuesto de los gastos, él se deja embaucar por todo lo que la MKT le ofrece, etc.

Las costumbres, los hábitos y los gustos son un tema que si agarra mal parada a la pareja puede llevarlos a pasar malos ratos o peor aún llegar al punto de no querer ni verse.

Casarse o unirse en pareja es un sueño y una ilusión que surge por mil y un razones, principalmente el ser feliz y formar una familia, sin embargo, es nodal que ambos tengan presente que el amor genuino es aquel que siempre considera el bien de la pareja y no exclusivamente el bienestar personal, lo cual implica dejar de pensar sólo en ti y en lo que a ti te gusta, dicho en otras palabras de ahora en adelante será “nosotros” y la mayoría de las decisiones tendrán que estar sustentadas en esa palabra cuya connotación es muy amplia.

Además, aprender a compartir tus malos ratos, tus gustos, tus sueños, tus proyectos y desarrollar la capacidad para considerar un problema desde varios puntos de vista y no sólo el tuyo.

Hay otros pilares que involucran aspectos tan sencillos de mencionar, pero tan difíciles de traducir en acciones como la madurez personal, valores como la tolerancia, el respeto, entre otros.

Tener claridad en que cada uno es responsable de sí mismo y que no se unieron para señalarse sus errores o sus defectos, se unieron para hacer equipo y conforme surjan diferencias cada uno buscará la manera de cambiar o mejorar en aquellas áreas que a su pareja no le agradan.

Cuando las dificultades los rebasen será conveniente resolverlo entre ustedes y no permitir que otros intervengan, principalmente los suegros porque hoy se quejan amargamente de lo “que les hace su pareja” y al rato ya están nuevamente en la luna de miel y los suegros ya se quedaron enganchados. Tus padres son suegros de tu pareja, de ahí que tu intervención será clave cuando surjan diferencias entre ellos o cuando quieran decidir por ustedes.

“Cásate con alguien que sepa conversar ya que con el pasar de los años sólo eso podrán hacer”.

*Las opiniones contenidas en este artículo son responsabilidad del autor.


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