La sociedad hoy día está sometida a invariables cambios que inciden en las relaciones de pareja, de tal suerte que encontramos diversas maneras de establecer una relación, y entre ellas encontramos: novios, parejas que se juntan, parejas de homosexuales, casados, divorciados que conviven de nuevo con su ex cónyuge, etcétera. Una relación de pareja es un vínculo que nace entre dos personas que las lleva a brindarse afecto, fidelidad, apoyo y respeto mutuo.
Lo ideal es que durante esta etapa la pareja tenga la oportunidad de conocerse, descubrir gustos afines, valores, aspiraciones en la vida, sueños, ilusiones, etcétera, y con ello evaluar (por decirlo de alguna manera) que tan funcional y próspera puede ser la relación, misma que puede culminar en el momento que alguno o ambos miembros así lo deseen. No obstante, las cosas no siempre suceden así, desde la elección de pareja inconscientemente se determina el destino de la misma y hay relaciones en las que el maltrato es un ingrediente que se hace presente.
Los noviazgos con violencia, tienen un patrón de conducta controladora, abusiva y agresiva que la pareja usa para obtener el poder físico y el control psicológico en una relación amorosa. Esta violencia puede surgir en cualquier momento, incluso en la primera salida; de ahí que los que maltratan a sus parejas emplean de manera recurrente las mismas formas de abuso que usan los adultos en relaciones con violencia y puede llegar a ser fatal.
La cultura es el marco de referencia al cual se remite cada ser humano en su proceso de crecimiento y desarrollo, y ésta es transmitida como modelo de socialización desde los comienzos de la vida de cada uno. Si hacemos un recorrido histórico encontramos antecedentes interesantes que dan cuenta de cómo se fue gestando una dinámica tan fuerte.
En la Roma antigua, el padre tenía derechos ilimitados sobre sus hijos. Les escogía cónyuges, podía castigarlos, venderlos como esclavos, incluso decidir si al momento de nacer tenían derecho a vivir.
Durante la Edad Media, la mujer adquirió el carácter de símbolo de poder y honor del hombre. Era canjeada para estrechar vínculos o servía como instrumento de paz. Una vez casada, ella y sus bienes pasaban a ser propiedad del marido y de la familia de este. La castidad previa al matrimonio y la fidelidad al esposo eran aspectos elementales de los derechos de pertenencia masculina. El adulterio de la mujer merecía severo castigo por constituir una grave ofensa a los derechos de su dueño.
Durante el siglo XVII, la evolución económica llevo a la unidad familiar a convertirse en la base de la producción. Tanto la esposa como los hijos, los sirvientes y los aprendices estaban sujetos al control del patriarca, control que incluía el uso legítimo del castigo físico.
El cambio de actitud se inició en Inglaterra, donde en 1829 se eliminó del libro de los Estatutos el acta que daba derecho al marido a castigar a su mujer. En 1853, se aprobó el acta para la mejor prevención y castigo de los asaltos agravados sobre mujeres y niños. A pesar de esto, no fue sino hasta 1891 que se abolió de forma absoluta el derecho legal de que había disfrutado el marido inglés para emplear la fuerza física contra la esposa.
En el siglo XX se genera un cambio familiar y social que obedece a una toma de conciencia personal con respecto a las mujeres el cual buscaba una nueva forma de relación entre hombres y mujeres, de tal suerte que el poder no fuera una forma de dominación dentro y fuera de la familia sino de relacionarnos como personas y no como objetos.
De lo anterior podemos inferir que, en el marco de la cultura patriarcal, la noción de dominación masculina se encuentra íntimamente ligada al de violencia masculina, ya que la violencia es el instrumento interpersonal más activo para controlar las situaciones e imponer la voluntad.
La APA (Asociación Americana de Psicología), define la violencia o maltrato doméstico como: Un patrón de conductas abusivas que incluye un amplio rango de maltrato físico, sexual y psicológico, usado por una persona en una relación íntima contra otra, para poder ganar o mantener el abuso de poder, control y autoridad sobre esa persona.
Ahora bien, numerosos estudios han estado orientados a definir los diferentes tipos de violencia y sus características; en el presente artículo solo describiré 3 de ellos:
Violencia Física, puede ser a través del contacto directo con el cuerpo de la otra persona mediante golpes, empujones, cachetadas y jalones. También se da cuando se limita su espacio acorralándola o forzándola a tener relaciones sexuales.
Violencia Verbal, tiene que ver con un manejo por parte del agresor en donde por medio de las palabras lastima con amenazas, insultos o comentarios que hacen sentir a la mujer devaluada, es decir, que no sirve para algunas cosas, menospreciándola.
Violencia emocional, en este tipo de violencia se lleva a la víctima a creer que ella es la causante de lo que sucede trayendo como consecuencia un impacto directo en la autoestima y las emociones. El agresor tiende a atacar directamente el lado emocional de la víctima descalificándola, criticándola o menospreciando sus ideas.
Según un estudio realizado por Teresa Salazar (2005); “La reacción de la víctima ante el maltrato es de temor (11,76%), depresión, inseguridad y temor (11,76%), inseguridad y temor (8,82%), rabia, depresión, inseguridad y temor (8,82%), solo depresión (8,82%), solo tolerancia (5,88%), temor y tolerancia (5,88%), solo rabia (5,88%), rabia y depresión (5,88%), mientras el 26,50% manifiesta una mezcla de emociones caracterizadas por: tolerancia, frustración, rabia, depresión, inseguridad y temor. Las emociones distímicas encontradas en las víctimas acentúan trastornos subyacentes o desarrollan síndromes y trastornos psicológicos o emocionales a posteriori”.
“Antes del maltrato el estado emocional del victimario fue de rabia (21,95%), con éste mecanismo psicológico regresivo y primitivo, el victimario somete e intimida a su víctima por lo que le genera temor. Bajo influencia de alcohol o drogas (17,07%), los victimarios se tornan irritables, furiosos, violentos y agresivos por la acción desinhibitoria de éstas sustancias”.
El perfil de un maltratador, es en principio el de una persona en cuyo entorno familiar existió mucha violencia de la que fue testigo y participante pasivo; son generalmente inmaduros, dependientes afectivos, inseguros (lo que favorece el que sean demasiado celosos), inestables e impulsivos, con baja autoestima. Comúnmente tienden a arrepentirse y pedir perdón a la víctima consiguiendo en la mayoría de las ocasiones persuadirla.
En otros casos no asumen la responsabilidad de sus acciones porque creen que los demás son los responsables de sus actos.
Hasta el momento hemos revisado el tema de la violencia el cual lleva implícito la búsqueda por mantener el control o tener el dominio sobre la persona y en la Codependencia se presenta una línea similar, es decir, también existe la necesidad de tener el control sobre el otro, por una baja autoestima, por un auto concepto negativo, por la dificultad para poner límites, por la represión de sus emociones, por hacer propios los problemas del otro, por la negación del problema, por ideas obsesivas, por el miedo a ser abandonado, a la soledad o al rechazo, por su extremismo (o son demasiado amorosos o desapegados) además se siente víctima porque sacrifica su propia felicidad.
La Codependencia no sólo abarca a aquellas personas que dependen emocionalmente de un enfermo adicto (drogas, alcohol, sexo, juego, etc.) sino a los que se vinculan en relaciones destructivas.
El perfil de una persona Codependiente es a grandes rasgos el de una persona que tiene dificultad en sus relaciones interpersonales ya que le cuesta trabajo poner límites, aceptar conductas destructivas, de rechazo y maltrato que puede ser físico o psicológico, así como por ser obstinadas y controladoras.
Sufren de manera significativa por el miedo al abandono, a la ruptura y la separación, por ello frecuentemente se vinculan con otro más necesitado, a quien puedan cuidar previniendo así el que no los dejen.
A manera de conclusión podemos decir que en ambos casos son relaciones destructivas que llevan a estas personas a depender de una u otra forma de otro, al grado de ocasionar una especie de ceguera emocional que los lleva a inventar cualquier explicación o excusa para no salir de la relación, indistinto a que el pronóstico revele que ese otro difícilmente cambiará. Lo anterior obedece a que en el fondo temen tomar decisiones y enfrentar los cambios o, dicho en otras palabras: tomar las riendas de su propia vida.
*Las opiniones contenidas en este artículo son responsabilidad del autor.
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