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La infidelidad y sus consecuencias en los hijos.


La pareja monógama, inicio de una familia, base nuclear de nuestra sociedad hasta la fecha, es y ha sido la depositaria a través de la historia de la crianza y cuidado de los hijos, quienes para su crecimiento y desarrollo requieren de estabilidad, armonía, amor, confianza, límites y seguridad. Cuando la pareja vive una crisis por infidelidad, el sistema familiar se desarticula.

Autores consideran al adulterio “Una verdadera prueba de fuego de la pareja: Destruye aquellas en la que falta el amor y consolida a las demás.

La infidelidad, tiene muchas funciones, en la mayoría de los casos son el resultado de una búsqueda para llenar necesidades que no se encuentran en la pareja con quien se comparte la vida. Se ha encontrado que razones tales como: poca satisfacción sexual, crisis económicas, duelos, violencia intrafamiliar, celos, monotonía, falta de comunicación efectiva y otros, son motivadores para los eventos de infidelidad, que conlleva la violación de la confianza y de la fe básica que provoca desconfianza y dolor en la pareja.

Ante esta situación el infiel es señalado como culpable y a quien se engaña como víctima, más en la realidad, esta situación dolorosa representa la crisis conyugal, pues el infiel busca en otros soluciones tanto sexuales, emocionales o intelectuales. Ante la crisis, se da la incoherencia en uno o en ambos, incoherencia que amenaza y puede llegar a quebrar la relación marital y por ende la familiar.

Se sabe que la familia es el único lugar en donde cada persona es querida por ella misma y es en donde el niño necesita sentirse apreciado y querido en todas las situaciones y circunstancias, son los padres los que le proporcionan a través de su disponibilidad la seguridad y confianza que requieren para su desarrollo y no admite componendas de ninguna clase pues gracias a ello, el niño en desarrollo obtiene la confianza para seguir adelante con su vida. Disponibilidad que promueve una comunicación constante producto de una escucha activa: Hablar, jugar, pasear, convivir desde la infancia es la clave para convertirse en adultos sanos, con confianza en sí mismos y por ende en buenos padres.

Ante la crisis por infidelidad es frecuente observar que patrones de agresividad, hostilidad e irritabilidad aparecen en el seno familiar y es usual que se redirijan hacia los hijos puesto que, al pelear los padres, la familia explota en conflictos y enojos; es frecuente que los padres lleguen a ser abusivos o permisivos y el caos familiar da origen a problemas de conducta en los hijos, ante el quebranto de la confianza básica. El saber que uno de sus padres ha engañado lo enfrenta a la desconfianza, a la duda de quién miente o traiciona; de lo que es válido y de lo que no; al dolor y quiebre de uno de sus padres; a la disyuntiva de que creer, en qué creer…, los códigos de moral enseñados se vuelven irrelevantes y poco confiables.

Son devastadores los efectos, tanto para el engañado quién se sitúa en un rol inferior y sin guía como para los hijos.

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