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La máquina de la dilección.


Amorosos. Deshonestos. Disolutos. Pareja de científicos. Ella, 29. Él, 40. Tremendos coeficientes intelectuales. Problemas maritales: aburrimiento, exceso de erudición, miembros fríos en una cama glacial, con excursiones continuas al Parque de la Infidelidad y el Engaño. El problema es que la infidelidad nunca fue consensuada, pero a veces encendía sus pasiones. Se embarcaron en orgías exuberantes con el señor Celos, la señora Desconfianza y la señorita Lujuria, noche tras noche. Otro agravante los mantenía en el callejón sin salida del disgusto: tan inteligentes, se habían hackeado sus cuentas de correo y redes sociales. Muchos trapos sucios expuestos al sol de sus respectivas mentes. Mucho sexo mercenario al descubierto en cada conversación internetaria. Cópulas vengativas en detrimento de la confianza, mermada, de por sí. Al menos hoy concuerdan en que aún se aman. Se odian y aman al mismo tiempo. Ni cómo perdonarse sus correrías. Ya han pronunciado la palabra “divorcio”. También concuerdan en sus búsquedas científicas, únicos asuntos donde son empáticos, honestos, puros, desinteresados. Solo les queda eso, y ponen manos a la obra: construir un mecanismo psicológico que los ayude a superar el bache matrimonial. Sus conocimientos sobre neurotransmisores resultan centrales. Sus constantes infidelidades se vuelven virales en las redes, así como su proyecto de enmienda: una computadora que les permitirá auscultarse sus psiques, exprimirse cada neurona y recuerdo hasta encontrar el pegamento que los una, en definitiva. Surge una disyuntiva: ahora lo sabrán todo, lo mejor y peor de cada uno. Al cabo de unos meses logran avances inauditos, como la capacidad de escudriñar sus sueños y recuerdos sepultos en sus inconscientes. Un día constatan que la Máquina de la Dilección está lista. El aplauso de las instituciones y el periodismo científicos es unánime. El Consejo Nacional de Ciencia dará fe del experimento. Se conectan a la computadora, puente entre dos almas golpeadas por los sinsabores de las nupcias. Harán lo que la computadora les dicte. Esperan su diagnóstico y un ejercicio corporal que los purifique y los ate de nuevo. El cuerpo sana la mente. Ése es el acuerdo. Durante el proceso son telepáticos, se comunican todo, sin censura. Ineludible suero de la verdad neuronal, psíquica. Por desgracia encuentran que no han sido totalmente sinceros. Las discusiones se alargan. Se descubren infidelidades que no constaban en sus mensajes de redes sociales. Ella, con un stripper; él, con una prostituta. Ella, con su primo; él, con su tía. Ella, con su asesor jurídico. Él, con su contadora. Telepáticamente quieren destruirse, pero también cogerse. La Máquina les indica que cojan hasta desfogar toda su lascivia iracunda. No ejecutan uno sino varios tríos con el señor Celos. El Consejo monitorea esos encuentros. Les envía sirvientes para que coman y hagan sus necesidades sin interrumpir el experimento. Días después continúan entrometiéndose en sus respectivos recuerdos, realizan inauditos enlaces entre memorias, vivencias, traumas de infancia, yerros coyunturales, fallas compartidas, diferencias irreconciliables. Finalmente se conocen. Se reconocen. Se respetan. La Máquina les dice que se han aceptado, que se reconocen uno en el otro, que nada es mejor que saber, sin censura, todo acerca de sí mismos. Sus discusiones han sido colmadas; sus conflictos, resueltos. Es hora de que hagan el amor sin el señor Celos, indica la Máquina. Aceptan el reto. Descubren que siempre se han amado en forma heroica y sincera. Él, la masajea. Ella, igual. Él se mantiene activo durante el abrazo; también ella. “Estoy dentro de ti”, se dicen mutuamente al calor del “máquina sutra”. Encuentran orgasmos sin fluidos. Cosa rara: se vienen sin venirse. Una neurona común les dice que se corren, que se aman y que pueden amar al prójimo y a la prójima sin peligro alguno. Se desconectan de la Máquina. Aún desnudos deciden hacer el amor con los sirvientes. Ellos, excitados, aceptan. Cada vez que llegan al orgasmo con otros amantes se gritan sus nombres: “te amo, hermosa Ella”; “te adoro, bellísimo Él”. El Consejo y los socios de la pareja lanzan la Máquina al mercado. La renombran como Aparato de Enlace Poliamoroso. El aplauso de la humanidad es unánime.

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