Estamos todos inmersos en un montón de situaciones cotidianas que requieren de cambios y nuevas adaptaciones, nos queda poco tiempo para pensar en nosotros mismos, en nuestros seres queridos y especialmente en las consecuencias directas de nuestros actos.
Cuando nos referimos a situaciones de pareja, es muy común que le echemos la culpa al otro, decimos que reaccionamos como lo hacemos por culpa de la pareja, fácilmente nos escudamos en que el otro nos hace cosas y entonces, en ese estilo de “ping pong” de las responsabilidades, parece que no son de nadie, ni de uno ni del otro, ¿cómo se hace para que cada quien se haga cargo de sus propias acciones y reacciones?
Las parejas son así, se hacen y se deshacen, y una de las múltiples razones es la entrada de un tercero a la relación.
No siempre que una persona es infiel tiene las mismas consecuencias.
Las familias tienen sus propias formas de comunicación y establecimiento de reglas, y cuando alguno de los cónyuges quita la atención para ponerla fuera se generan cambios.
Si la infidelidad se descubre o se abre la grieta, el dolor, la traición y la desconfianza atacan a sus miembros.
En ocasiones terminan en una ruptura, en un divorcio real. Hay pareja que logran superar el incidente, trabajando, evitando o negando lo sucedido, comprometiéndose a un cambio para sobrevivir. Si esto sucede quizá los hijos no se enteren de los hechos. Lo cual sería lo más recomendable, ya que se mantienen los roles adecuados de padre, madre e hijos sin lastimar a los pequeños, no hay necesidad.
En caso de que la pareja decida que no desea o no puede mantenerse junta, que ya no quieren continuar como tal y deciden separarse, sugeriría que esperaran hasta el último momento para involucrar a los hijos en las decisiones de los padres.
Los adultos tendrán que decidir sin pedir ayuda a sus hijos. Ya después y como último recurso se les podrá explicar de forma adecuada a su edad que ha sucedido.
Los recuerdos de los momentos dolorosos en el psiquismo de los hijos se quedan para siempre, las palabras que los padres les digan no se van a poder borrar así que invitaría a poder hablar con ellos después de que se pase el enojo, la rabia, el miedo y la desilusión.
Sólo recuerda que la infidelidad no es la enfermedad de la relación de pareja, sino un síntoma que expresa los verdaderos conflictos internos que son los que provocaron que hubiera rupturas y necesidades que se instalaron fuera de la pareja.
Ellos serán los jueces de sus propios padres a futuro, los que con el tiempo sabrán juzgarlos.
Pase lo que pase, les digan lo que les digan, los hijos necesitan seguir queriendo tanto a su padre como a su madre, así que cuidado con ponerlos en contra de alguno, eso no funciona bien.
Los hijos tienen derecho de adorar a sus padres sin importar si han sido fieles o no. La violencia emocional no beneficia a nadie, así que cuidemos a nuestros pequeños.
*Las opiniones contenidas en este artículo son responsabilidad del autor.
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