La dicotomía del ser nos atañe para contestar este dilema. Es decir, la vida está siempre llena de decisiones impostergables, ineludibles y definitivas que tomar, no hay escape.
El decidir si me quedo o me voy después de una infidelidad se encuentra íntimamente relacionado con el nivel de autoestima de la persona y de la decisión de asumir las consecuencias de la toma de decisiones. En otras palabras, ¿qué tanto se valoriza la persona?, ¿Qué tan segura de sí misma es? y ¿Qué tanto es capaz de ser resilente?
Boris Cyrulnik dice: La resiliencia se define como “la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación, cuando no hay más opción”. Sea cual fuere esta, en este caso nos atañe la infidelidad.
La infidelidad se centra en la falta de satisfacción, confianza y diálogo de alguno o ambos miembros de la pareja. Por lo que la resilencia se vuelve un concepto indispensable y tristemente desconocido para la mayoría de los individuos.
Sería idóneo iniciar una campaña de sensibilización que fuera un requisito para iniciar cualquier relación, detenerse a pensar desde la construcción de la relación y de allí en adelante, la asimilación de la responsabilidad y el compromiso.
Con lo anterior no se pretende de ninguna manera excusar la falta de compromiso y honestidad en las conductas infieles sino por el contrario, identificar y evidenciar la etiología de las mismas.
Como he mencionado en artículos anteriores, la fidelidad radica en la capacidad de vivir sin perseguir la saciedad, es decir, psicoanalíticamente: aceptar la falta de completud.
Decidir si te vas o te quedas es un acto ejercido desde la voluntad; es pensado, racionalizado. Tiene que ver con la propia concepción del amor, del matrimonio, de la dignidad y la toma de decisiones con responsabilidad. ¿Qué eliges para ti?
Desde la experiencia clínica, no vale la pena regresar ya que el fantasma de la infidelidad los persigue a ambos y vive en medio de los dos.