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Jorge Rafael Martínez

No te metas con mi negro. Dilemas sobre la infidelidad.


A finales del año 2013, nos percatamos de una serie de escenas, videos y fotografías en las que el Presidente de la Nación más poderosa del Mundo, el carismático Barack Obama se entretenía tomándose fotos con la guapa y bella Primer Ministro de Dinamarca, la Sra. Helle Thorning Schmidt y el alegre y no menos bromista, el también Primer Ministro Británico David Cameron. La escena de alegre intercambio de fotografías, provocó la molestia de la esposa de Obama, la gallarda y distinguida Michelle Obama.

Michelle no solo reprobó con evidente lenguaje corporal “la escenita”, sino que puso orden al festivo evento y usando su “biomasa” como acorazado, se interpuso entre la política danesa y su coqueto marido, dejando por sentado que no permitiría numerito alguno, ni que su consorte siguiera frivolizando un evento de talla mundial como lo era el homenaje a uno de los grandes líderes contemporáneos como lo fue Nelson Mandela.

Muchas de las imágenes en todos los medios electrónicos, buscaron revelar con tintes frívolos, bromistas y aunados a esto, críticos con los celos exagerados y en extremo de Michelle Obama.

Lo anterior nos da tema para reflexionar sobre la infidelidad y su condición innata al esta especie humana, inquieta, mitotera y calienta planetas, que, dicho sea de paso, por fidelidad o infidelidad sumamos más de 7000 millones, por lo que estamos más que como especie fuera de todo peligro de extinción.

El llamado a la Fidelidad, se entiende de alguna forma u otra, como una consecuencia de la misma evolución de las diversas sociedades humanas, en sus procesos adaptativos a los diversos medios geográficos a los que se tuvo que ajustar. Una vez que la agricultura pasó a ser una forma de satisfacer las necesidades de alimentación, aparecieron nuevos órdenes sociales que requerían “poner reglas claras a las herencias y transmisión de los saberes socio culturales”.

Lo anterior da paso al apogeo y construcción de las religiones; cuyas instituciones representativas, las Iglesias, que en su gran mayoría se encaminaron a la búsqueda de regular las relaciones de convivencia social a través de la figura social que hoy conocemos como matrimonio. Al paso de los milenios y centurias, estas reglamentaciones institucionales, ya en los nuevos estados nacionales, fueron y son base de los múltiples sistemas jurídicos. Basta recordar la Epístola de Melchor Ocampo, en nuestra tradición jurídica familiar mexicano, vigente todavía hace algunos años.

La familia puede presentar hoy en día diversas manifestaciones en su recomposición social, ante las nuevas realidades y presiones que le han obligado a modificar su status tradicional, pero la familia sigue vigente y lo seguirá siendo. Ahora bien, la antesala de la formación de una familia, en el 80% de los casos a nivel mundial, es vía la legitimización de la pareja por la senda del “matrimonio”, siendo este mismo acto el que genera la base para el desarrollo de la planeada vida familiar (al margen de la manifestación cultural que esta tenga).

No faltan los detractores de la figura del “matrimonio monógamo”, sin embargo, la mayoría de la sociedades contemporáneas en el mundo, caminan por el sendero de los matrimonios monógamos y por ende la conducción social hacia la defensa de la monogamia, ha provocado inclusive que grupos sociales con manifestaciones y orientaciones sexuales alternativas, luchen por tener acceso a la institución del matrimonio como se concibe en la cultura occidental; como una forma de ser reconocidas (éstas minorías) por la misma sociedad que en no pocas ocasiones rechaza sus formas alternativas de convivencia. En algunos países y ciudades lograron obtener para sus causas estos mismos derechos de formar un matrimonio, en la mayoría de los casos por la vía del reconocimiento de los Estados Nacionales y sus mismas Instituciones creadas para este fin.

Existe una ecuación muy curiosa. Si bien el número de divorcios ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, no han disminuido el número de parejas que buscan casarse vía la Institución sea religiosa y/o jurídica del matrimonio, inclusive en no pocos casos han aumentado estas peticiones.

No se descartan otras formas de matrimonio que existan como la poligamia entre otros, pero no son mayoría. También la unión libre, al paso de un tiempo determinado en las sociedades occidentales, genera consecuencias jurídicas de derechos y obligaciones ante la sociedad e instituciones que las aprueban, califican e inclusive descalifican.

Las sanciones sociales ante la infidelidad, manifiestan de facto que esta acción (si bien encubierta, convenida y hasta frivolizada de una forma u otra por todas las sociedades que han convenido en aceptar el sistema de matrimonio monógamo) debe ser sancionada y buscar en la “fidelidad aceptada socialmente”, como su eje rector de conformación familiar. No en balde el adulterio en muchos países es causal de divorcio y en las religiones representadas en iglesias de corte judío cristiano se estípula entre sus reglas de convivencia básica “No desear a la mujer de su prójimo”. Existen manifestaciones en algunas sociedades en las que el adulterio se castiga con la cárcel y en casos extremos con penas corporales y hasta con la vida.

Por más extremo que se perciban las sanciones, son elementos de control social que le permiten al ofendido y a su grupo primario, proteger, los bienes con los que esa familia en comento, haya generado, asegurando su supervivencia y por ende su reproducción socio-cultural y viabilidad en su entorno.

Intentos alternativos han existido y muchos, uno de los movimientos más recientes lo fue el movimiento hippie de los años sesenta que buscó a través de las comunas y el amor libre una reproducción social de valores, pero el mismo sistema, la misma sociedad, las iglesias, etcétera. Y la sociedad occidental en lo general, no le permitió su expansión, siendo que irónicamente para su misma supervivencia necesitaba de los elementos institucionales externos que este movimiento rechazaba. Las sociedades han encontrado con todas sus fallas y errores, en las relaciones monógamas-institucionalizadas, desde la lógica religiosa o del estado, nación u otras alternativas, una forma de garantizar la reproducción y transmisión de su herencia social y cultural a las generaciones venideras.

Desde nuestra perspectiva la reacción de Michelle Obama, fue más allá que un simple un acto de celos, fue una reacción desde lo más profundo de su sentir, una defensa que su subconsciente activo como respuesta y en concordancia con su búsqueda por defender más allá de un espacio territorial o la posesión de su pareja; la respuesta de la Sra. Obama, arrancó desde lo más profundo y sin concientizarlo, reaccionó en defensa de la viabilidad de una viabilidad socio cultural, representada en la figura de su esposo, la figura emblemática, no solo de su marido, sino de un status quo que genera identidad para millones.

Se puede estar de acuerdo o no con el sistema de valores occidental hacia el matrimonio monógamo, pero en este caso quedó evidenciado que las mismas sociedades que han adoptado esta forma de convivencia y reproducción de valores socio-culturales, hacen de la infidelidad una amenaza y de la fidelidad una fortaleza. Si no pregúntenle al inquieto Bill Clinton, que les platique su versión sobre la infidelidad y como un juego, puso en riesgo la viabilidad de Casa Blanca.

Ahora el buen Bill dedicado a tocar el saxofón, beber un poco de whisky, le es fiel a su perrito y a su demandante Hilary, que lo trae bien vigilado. Al ojo del amo… engorda el caballo.

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