“Noooo quiero estar sin ti. Si tú no estás aquí me sobra el aire, no quiero estar así, si tú no estás aquí la gente se hace nadie” ... “Si me dejas ahora no seré capaz de sobrevivir, me encadenaste a tu falda
y enseñaste a mi alma a depender de ti, ataste mi piel a tu piel y tu boca a mi boca, clavaste tu mente en la mía como una espada en la roca y ahora me dejas como si fuera yo, cualquier cosa” ... Ejemplos de canciones como éstas, existen ¡muchos! en donde podemos darnos cuenta cómo vivimos los fracasos amorosos y las cosas que podemos llegar a pensar o sentir.
En nombre del amor se toman muchas decisiones equivocadas, es frecuente ver en la práctica clínica que aquellos pacientes que se encuentran ante la disyuntiva de continuar o no con su pareja debido a que la relación ha llegado a un punto de crisis o distanciamiento y no se diga discusiones recurrentes y por supuesto cuando se descubre una infidelidad, todos invariablemente, se hacen la pregunta de qué es lo mejor: ¿quedarse o irse? Y el argumento más frecuente es que deciden quedarse (conflictuados y confundidos) porque aman a su pareja y sienten que si luchan van a lograr consolidar su relación. Desde mi punto de vista el trasfondo de esa decisión radica principalmente (en muchas parejas, no en todas) en que no pueden estar solos y sienten que necesitan a la persona para estar bien.
Depender de una persona no es algo que no tiene nada que ver con el amor, al contrario, es inmolarse en vida, es un fuerte golpe a la autoestima y a la dignidad personal ya que permitimos que nuestra vida quede en manos de la pareja. Al hacer algo como esto es empezar a perder nuestra vida, nuestras amistades, nuestros sueños.
Cuando rebasamos esa barrera ya no le podemos llamar amor, ahí más bien habría que pensar en una dependencia o codependencia que deriva en un tipo de vínculo enfermizo puesto que indistinto a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva, es decir, o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza.
Es justo en estos momentos cuando llegan a consulta con nosotros pidiendo que saquemos una varita mágica que los ayude a desenamorarse de esa persona y lamentablemente eso no existe. La única forma que encuentro siempre es darles juicio de realidad y ayudarles a encontrar realmente los motivos inconscientes que los mantienen ahí anclados para que tomen una mejor decisión. A la par trabajo en ayudarle a superar creencias irracionales y miedos que tienen de trasfondo.
Al formar vínculos profundos siempre vamos a sentir cierto grado de inseguridad o temor de perder a la persona en cuestión, pero no podemos confundir el dolor natural de una ruptura o de una pérdida con la creencia irracional de que seremos incapaces de seguir nuestro camino por nuestra cuenta o que nadie se volverá a fijar en nosotros. Debemos aprender a hacernos cargo de nuestras carencias y nuestros miedos.
A manera de conclusión me parece que aprender y entender las siguientes ideas es clave para poder vincularnos desde otro lugar, el del amor sano y maduro:
• Enamorarme no es obsesionarme ni irme a los extremos • No puedo poner toda la motivación de mi vida en una persona • Una relación de pareja no es para vivir angustiado • En ocasiones es necesario pasar por un gran dolor para conocer la felicidad • Aceptar que quien está conmigo tiene derecho a no estarlo, a que ya no lo desee. • Mi pareja no es mía y por lo tanto tiene derecho a su espacio y su autonomía
El amor inmaduro dice: Te quiero porque te necesito. El amor maduro dice: ¡Te necesito porque te quiero!
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